TRAS LA CORTINA ROJA. ESPECIAL “FINAOS”

Fotografía original por Beatriz Carvias


Cuenta la leyenda que en el Archipiélago Canario, hay una costumbre la víspera de Todos los Santos. Los niños del pueblo y en ocasiones en los barrios se juntan para pedir huevos, almendras, castañas y frutos de temporada. Una vez en casa, la persona más anciana es la responsable de presidir el convite, asando castañas, e incluso añadiendo una copita de anís o ron miel. Además deben recordar en ese momento a todos los “finaos” o difuntos para honrarlos en la víspera de su día.”

Como amante de los cuentos de terror y de mi tierra lamentaría mucho que esta tradición se perdiese, como parte de nuestra cultura, por suerte, mi familia la sigue practicando. Este es un homenaje a mis ancestros, a sus cuentos y a las tradiciones, que empieza relatando una curiosidad. Las personas que se han criado en épocas más difíciles, sobre todo si son mujeres, parecen hechas de otra pasta. Lo aguantan todo, son fuertes, a veces si tienes mi suerte, son personas adelantadas a su época, naturales, claras. Eso amigos da miedo, porque no hay nada más tabú que la muerte y nada más escalofriante que ver como las personas conviven con ella de forma tan natural. Ya no estamos acostumbrados a eso.

Pilar González Sánchez, natural del barrio de San Nicolás, es mi ancestro vivo más cercano, con el que guardo mucha complicidad, mi abuela.
Desde pequeña me hizo ver las cosas de otra manera, recuerdo vagamente el velatorio de mi bisabuela, otra gran mujer. Se hizo en casa, el salón se convirtió en tanatorio y las amigas y compañeras, la familia rezaban alrededor del cadáver. Al entrar olía a cementerio (las flores) y se notaba ese aire de misterio que ponen los velones, las mujeres vestidas de negro con sus rosarios, el ataúd abierto, el muerto con la cara cubierta por un paño de ganchillo. Mi expresión como niña de siete años que era fue un gran interrogante en la cara, y mi abuela, solemne me dijo: -despídase de su bisabuela. Aparté el paño de su cara y la besé. Para mí fue algo normal y sano, pero algunas personas no lo vieron tan claro y de su expresión en la cara desprendí que me consideraban, una niña extraña. Confieso que me encanta. Hoy estoy pidiendo a mi abuela que me vuelva a contar las historias de antaño, como manda la tradición…

LA CAMPANILLA

Después de haber vivido en Arucas, sin agua ni luz, cuidando de hermanos y hermanas el éxodo rural se agradeció. Vinieron a vivir a Schamann, al grupo de casas del Estado. Les llamaban las casas baratas por su renta. Muchas personas abrían y cerraban los grifos, le daban a los interruptores de la luz, incrédulos. Sin embargo, una vez en la cuidad, las costumbres de pueblo no murieron. Las vecinas daban la voz de alarma ante cualquier problema y activaban una invisible cadena para ayudarse. Esta vez era Doña Clara, necesitaba ayuda con su anciana madre, que cayó enferma y ya no podía ni hablar. Llamaba a su hija con una campanilla y si eras vecino y amigo también el tañido se te hacía familiar. La anciana falleció, repentinamente en la noche y no pudo avisar, su hija la encontró con la campanilla en la mano. Tras los actos funerarios su hija dejó el objeto de recuerdo en su cuarto. Y juran desde entonces, sus caras se tornan serias al expresarlo, que un día, reunidos en el patio la oyeron sonar. Y así muchas, veces, la campana sonaba “sola”. Era signo de que el muerto no estaba en paz. Por eso, esa misma tarde como si tuvieran el cuerpo presente se acercaron a rezar. La campanilla sonó una vez más y eso, que ya no estaba en la casa…

LA FLECHA

Modestita era una maestra costurera, antiguamente había familias que hacían su propia vestimenta ante la imposibilidad de pagar en una tienda. Me cuenta mi abuela que cuando era pequeña hacían fundas de colchones y almohadas con los sacos de azúcar que sacaban del economato. Las cosas cambiaron después pero la tradición estaba en marcha. Así, Piluca, mi abuela aprendió las labores de costura y a cambio echaba una mano a Modestita cuando se fue haciendo mayor. La maestra costurera fue llamada al más allá, y además lo sabía pues dispuso todos los preparativos. Era maestra, amiga, y santiguadora, no tenía miedo al glaucoma. Para su velatorio pidió, cosa extraña, la tapa cerrada y una fotografía. La fotografía se hizo cuando la señora aún vivía, pero se reveló después de muerta. Este trabajo lo realizó la persona más minuciosa y escéptica que conozco, mi padre. En su cuarto de fotografía, un espacio cedido por mis abuelos cuando mis padres vivían con ellos aún. Cuando la fotografía se reveló aparecía claramente una flecha, si una flecha, atravesando su ojo enfermo. Se hicieron mil, limpiezas, se cambió el liquido de revelado, se miró el negativo. La flecha no estaba. Sin embargo, al revelar la foto aparecía cada vez más grande y nítida. En la cara de la mujer apareció una sonrisa. Esa fue la última vez que se utilizó ese cuarto. Permaneció cerrado por años…

¿HAY UN CADÁVER EN EL PASILLO?

Mi abuela Pilar tuvo cinco hijas que sepamos, mi madre Carmen y mis cuatro tías, lo gracioso del tema es que mi abuelo quería un varón y en lugar de eso tuvo que oír como la gente le preguntaba Juanito ¿Y el harén? No sé si es porque somos mujeres en su mayoría y todo se conecta, pero todas siempre soñamos que había alguien enterrado en el pasillo que da a la cocina de la casa. Unas soñaron con el cadáver, otras incluso con el asesinato a manos de mi abuela, es todo muy curioso. Un día yo, empecé a contar que oía desde dentro del cemento un niño llorando, y a mi abuela se le quedó cara de espanto. Creo que lo mejor que hizo fue corregir el rumor, aunque el relato fue bastante escalofriante. Es cierto, empezó, que hay un bebé enterrado pero en casa de mi suegra en paz descanse. Dos casas más allá de la de mi abuela. Después de tener a su primogénita, mi madre, tuvo un aborto, el feto era pequeñito dice marcando la distancia con los dedos. Estaba formado, pero el médico que vino me dijo: -señora no vale la pena un sepelio para algo tan pequeño, entierrelo en el patio, puede servirle una caja de zapatos. Y allí sigue hasta que no levanten los cimientos, por algo teníamos todas ese truculento sueño…

¿EL AVISO DE LA BRUJA?

José María y Willo, andaban de noche en la Montaña de Guía, iban en busca de una casa cueva, donde se iban a quedar a cambio de trabajar las tierras. Algo que ya cada vez se ve menos. Al llegar pensaron que el dueño de la cueva y de las tierras les estaba esperando. Había luz a lo lejos. Cuando entraron, en la cueva no había nadie, pero estaba todo lleno de velas. Al fondo una cama antigua de madera con sábanas blancas plagada de alfileres con lazos de color rojo. Había plumas y olor a hierbas medicinales. Salieron corriendo linterna en mano, a la casa del dueño contando lo que había pasado. Y éste les dijo: -a veces pasan las brujas y dejan en las cuevas sus ritos. Para estar protegidos, mejor rompan la cama, y pinten la cueva con cal, así cualquier mal desaparecerá. Toda la noche la pasaron pintando y apuntalando la puerta de la cueva. Y después de tal experiencia van a contarlo a mi abuela. Que entre risas dice, creo que el señor quería un trabajo extra, para poder pintar la cueva, porque eso que me dices mi niño no es de brujas, por lo menos de esta tierra, es de otra cosa y tú no debiste preocuparte porque no eras el objeto del amarre…

Feliz víspera de Finaos, espero que se den a la tradición y tengan tanta suerte como yo, con sus ancestros, honrarlos.

Gabriela Carvias.

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