Contraverso. As de Revoluciones.

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En concordancia con lo que ha dicho usted,
personaje magnánimo, gran señor
que puede compararse con lo mejor
de lo mejor, con Hegel y con Gasset,
solo tendría una cosa que añadir:
otros seres vivos necesitamos
ser sentidos como seres humanos,
arte por el arte, vivir por vivir.
Tenemos las necesidades básicas
a las que se enfrenta cualquier animal,
se tiene que mover, se ha de alimentar
sin tener mayores fórmulas mágicas
que el milagro de su instinto. Por eso
nos hemos creído especiales,
por encima de aquellos animales
que se las arreglan con menor seso,
pero... ¡Muy señor mío! Me regreso
al problema central de esta relación:
lo que un ser vivo quiere o necesita,
porque de no tener algunos mínimos
que, para usted, serán recursos ínfimos,
el ser vivo se rebela y se excita.
Tampoco quisiera robarle tiempo
en exceso, pero el ser humano tiene
una particularidad: esta viene
a ser el instinto de seguir ejemplos;
parece ser que la naturaleza
humana se limita a aquello que imita
más ¡sapiens odia lo que le limita!
Podrá comprobar que somos rarezas
por nuestra capacidad cognitiva,
que concebimos la noción del todo
pero la ignoramos de todos modos.
Señor, esta ha sido nuestra deriva
evolutiva hasta los tiempos presentes,
cuando en Europa se segregó mano
de corazón, y el cuerpo humano
se sumió al despotismo de la mente.
Mi señor, era la única manera
de repartirnos tanta geografía,
de repartirse, a la luz del día,
la tierra y la historia de África entera.
Pero volviendo a nuestro tema anterior:
nuestra inmensa capacidad cerebral
no nos hace un ser fuera de lo normal,
pero constituiría un grave error
hacer caso omiso a la necesidad,
por ejemplo, de comunicación,
son la cual se nos pudre el corazón
como los óxidos de la gran ciudad.
Cuando el ser humano dice “yo quiero”
en realidad dice “yo necesito”,
por eso crea leyendas y mitos,
por eso tantos infiernos y cielos.
Ahora, mi muy señor mío, vamos a ello,
queremos poner la vida en el centro
porque, aunque a usted le importe un pimiento,
vamos a jugarnos a una carta el cuello:
as de revoluciones.
Pablo Daniel Ramos

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