LAS MUSAS NACEN INSPIRADAS: EL AGRADO
La Agrado, fotograma de ‘Todo sobre mi madre’. Pedro Almodóvar, 1999.
EL
AGRADO
Con el estrépito de una tormenta
daba ella cada paso.
Nada tenía que envidiarle a un
vendaval.
La contemplaban pasar y todo ser
viviente
se volvía meteorólogo por un rato,
preguntándose
-como no-, porqué todos los
huracanes
no habían llevado su nombre.
De todo esto, a ella, solo le
llegaba
una dubitativa brisa que ni si
quiera movía
las hojas del otoño amontonadas
en el suelo.
El imperio que ella suponía
estaba levantado sobre terreno
pantanoso,
y cuando decidió desconstruirse
una planta más
todo se tambaleó en los cimientos:
todo era nuevo
extraño, difícil y enemistoso.
Libraba guerras en su interior
que nuestros nietos estudiarán
en los libros de historia.
Porque hasta el planeta se
ralentizaba,
cuando mejor se entretenía depositando
sus alabanzas
en otras mujeres, cuestionándose “¿por
qué así no puedo ser yo?”,
antes que enfrentarse al complejo
problema de gustarse.
Sin saber que divinizaba a las
demás,
y dejaba que su belleza fuera
real si solo la veían
y otros la corroboraban.
Sin saber, una vez más, que más
que deidad,
ella era capaz de crear una
religión con diez mandamientos
que no tenía que olvidar:
-
Te
amarás
-
Te
amarás
-
Te
amarás
-
Eres
hermosa
-
¡Mírate
qué capaz!
-
Ella
ríe sola, así que ríe siempre.
-
Eres
la reina de la peculiaridad
-
Tus
arrugas y tus anécdotas no se pueden imitar
-
La
belleza eres tú, por ser tu sin importar nada más
-
Y
porque “una es más auténtica,
mientras más se parece a lo que
soñó de sí misma”
Sin depender de nada jamás.
M.N.G.C
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