Recurrente (Sección "Lluvia de piedras")
Era
un amante descarado de los ratitos de vinos y tapas. Así conoció al amor de su
vida y, desde entonces, la amó para siempre. Para el “siempre” de ellos y más
allá; ya que, años después de que la muerte les separara, la seguía soñando.
Aun así, se mantuvo muy unido a su grupo de amigos, disfrutando de esos momentos de comida y vino del país en buena compañía. Nunca faltaba a la cita anual de
la víspera del día de todos los santos.
Esta
vez, abandonó bruscamente y sin excusarse la fiesta que montaron la noche de
finados. Fue en un intermedio de la parranda, estando ya todos bien hartos de
castañas y vino, cuando un torbellino le revolvió el alma; le pareció oír su
nombre, pero con aquel tono especial de sus sueños… Le entró pánico de que
notara su presencia, o -incluso- de que pudiera verlo. Por eso, huyó hacia la
soledad de su espera eterna, con la esperanza de que ella no tardara mucho en
volver a estar con él. Aunque, si aquello se alargaba, no dudaba que volvería
la próxima víspera de difuntos.
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