Contraverso. Corujos

Alicia y Cristopher llegaron justo a tiempo, los huevos estaban temblando y a punto de salir de su cascarón. Y cuando digo huevos, teniendo en cuenta que la plaza entera estaba cubierta de ellos, quiero decir que la tierra estaba temblando y a punto de quebrar la superficie adoquinada de la misma. Alicia clavó una vara de metal en la esquina y se sujetó fuertemente a ella -madre mía, buena forma de empezar el día- exclamó con una pequeña sonrisa. Un pequeño huevo rodó por encima de los demás, bajó las escaleras sorprendentemente sin romperse, y se paró junto a la bota de Cristopher -¿qué dices que son?- respondió él no tan alegre.
En el centro de la escena, los tres más grandes del conjunto se quebraron, saliendo de ellos no yema, sino sangre. Del cascarón surgió una especie de ala de murciélago, muy maltrecha a pesar de que acababa de nacer, y rasgó con sus garras el caparazón de sus hermanos, rompiendo la solidaridad con ellos para ponerse en pie. Alicia sacó de su mochila un gancho metálico extensible y lo dirigió hacia el chorro de sangre, que poco a poco se apoderaba del paisaje -son corujos, ya sabes, de estos que asustan a los niños- dijo riendo mientras valoraba la situación -y a veces a los adultos. Pero no te preocupes, yo los inmovilizo con el gancho y tú los rocías con el spray que tienes en la mochila, eso los dejará paralizados lo suficiente como para meterlos en las jaulas del camión-.
El plan tenía una falla más que evidente ¿y si nacían todos a la vez? EC S.A. no estaba por la labor de pagar más sueldos de los estrictamente necesarios, Cristopher necesitaba ese trabajo urgentemente y esta era la prueba de fuego para conseguirlo, y Alicia... Bueno, Alicia tan siquiera había barajado esa posibilidad, su valentía era comparable a su temeridad, y tal vez los corujos deberían temerle más a ella que al contrario. Del huevo salió otra ala y se apoyó al otro extremo del huevo, haciendo un ruido insoportable al arañar la cáscara. Poco a poco, en un silencio siniestro, una careta con dos ojos huecos y una gran y redondeada nariz de Pinocho se dejó ver entre la sangre que resbalaba, era una careta brillante, de latón, inexpresiva, muerta, inhumana.
Se puso de pie, apoyándose en sus alas de murciélago como si fueran huesudas patas, y miró (¿acaso se puede mirar sin ojos?) atentamente a Alicia. Ella permanecía en silencio, todo rastro de sonrisa se había borrado de sus labios. Sí, lo había visto antes: era un corujo, pero nunca había visto uno tan grande ¡y eso que acababa de nacer! Puesto en pie era más alto que ella, y tenía un aire de majestad poco común en su especie. Un escalofrío recorrió la espalda de la cazadora de monstruos, un sudor frío que nunca antes había sentido ¿era miedo? ¡No se puede sentir miedo cuando se caza a un corujo, aprovechan esa sensación para ganar tiempo y salir volando! Y, por supuesto, es imposible capturarlos desde el momento en que emprenden el vuelo.
Cristopher se dio cuenta del lapsus mental de su compañera, quiso gritarle algo, quiso avisarla, pero la inquietante máscara del segundo corujo nacido lo dejó de piedra, tan pálido como el mármol, tan frágil como la toba. Y pasó lo que tenía que pasar. El primer corujo batió las alas, dirigiéndose a gran velocidad hacia la pareja. Por fortuna Alicia salió de su expectación y, en un acto de coraje que más de uno quisiera tener para sí, derribó al corujo de forma poco ortodoxa: en vez de inmovilizarlo con el gancho le dio un varazo con el mango de hierro del mismo.
El ser cayó fulminado al suelo, con la nariz torcida, intentándose levantar torpemente. Cristopher seguía inmóvil, mirando al segundo corujo, así que rápidamente Alicia abrió su mochila y roció con el spray al que estaba en el suelo. En ese instante su hermano comenzó a volar, pero en vez de ir hacia ellos cambió de estrategia, subiendo a la altura del cableado eléctrico y lanzándose sobre la pareja en picado. Alicia intentó asestarle un golpe con el gancho, pero falló, resultado de lo cual el monstruo la tumbó al suelo.
Podría haber sido peor. Si un corujo coloca su cara sobre la tuya te priva de ella. Quiero decir... te la arranca. La boca del corujo está detrás de su máscara, y si se coloca sobre tu rostro se lo comerá con sus terribles fauces. Entenderán que estar tirado por los suelos con ese ser revoloteando sobre ti, en todo caso, no es del todo agradable.
Durante unos segundos desapareció. Es desesperante que un monstruo tan peligroso no exhale un simple grito, un gruñido siquiera, no solo porque no lo veas llegar, aunque fuera por educación si te van a comer prefieres que se trate de un ser terrible, con un rugido terrible ¿o no? En fin, volviendo al tema, tras tres minutos en tensión, congelados como figuras de porcelana, el corujo apareció tras la valla al otro lado de la carretera, volando lentamente hacia Alicia. Cuando estuvo a unos centímetros se puso a la altura de su cara, casi rozando su nariz con la suya, y se dio la vuelta muy lentamente, dejando ver su sonriente y afilada dentadura. Hubiera sido lo último que la joven habría visto en este mundo, pero algo la salvó en el último momento: un puñetazo. Al menos eso la hizo reaccionar, buscó en su bolsillo un puñal y se lo clavó al monstruo en la parte de la cabeza que quedaba desprotegida del latón.

La empresa los despidió una semana después, los corujos son seres protegidos, y la multa que por matar a uno debía ahora pagar EC era dolorosa. Lo cierto es que Alicia y Cristopher coincidieron en el super un mes después, entonces a la joven se le ocurrió preguntar algo a lo que le había dado vueltas desde entonces -¿pero por qué me pegaste el puñetazo a mi y no al corujo?-. Cristopher sonrió algo avergonzado -me asusté tanto que me mareé, para serte sincero, lancé un puñetazo al aire. Creí que le había dado a él-.


(El lugar de los hechos, foto extraída de: https://www.pinterest.fr/pin/552465079284247869/)

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