EN LA HORA OSCILANTE. APUNTES DEL AIRE.




Cuando la tarde gris
parte a llorar
-su condición temporal de suspiro-
mi alma se congela,
escuchando colgar tus llaves
en el aguacero de tu alma.
Marca el paso la rutina
con siesta de sueño remoto,
y la tarde plomiza
cae pesada por mis solapas de otoño.
Cazan polillas los niños con fiebre,
cuentan gorriones
los deudores del canto,
en el número trece de la calle espanto
han olvidado su abrigo
los del verso temprano.
Alza el vuelo la prosa
sobre afán estadístico,
el metrónomo cuenta el verso,
qué en rítmica entrega
compás de redonda,
repasan los estudiantes de violín
el solfeo olvidado.
Y que tenga cuidado la vista,
advierte la ceguera sobre el poema vacío,
qué parte en dos trazos
la ausencia de talante en el trato,
el talento sin taller
emborrona entonces el verso de esparto.
Son las manos pobladas de abandono
las que abren palmas abiertas
al mundo,
es de la brevedad lo oportuno,
y la oportunidad sin brevedad
no es.
Vuelta al escenario con arco iris rondando,
valgame la redundancia este verso
mil veces escuchado,
ponerle etiqueta de improviso,
y vis a vis
van abandonando las butacas
hasta el vacío.
Contorsionistas en eclosión
a llamar vanguardia a lo clásico.
En los lugares abandonados
de la gran ciudad de papel,
en los suburbios prófugos
del ayer,
calumnian las sombras
en padecer por lo claro.
La tarde se desliza promiscua,
por el pecho vencido,
en un suspiro
el alma se rasga
como papel de arroz mojado.
Se fuman la desidia
los inconstantes,
la tarde vuelve a caer
precipitada y rota,
por el injusto sueño
de los secuestradores
de las estaciones.

Adolfo Ibáñez-Batista

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