Ilustración de Jason Halley.
EL PAÍS DEL VENTRÍCULO IZQUIERDO
Supón, por un momento, que esta isla no es una isla,
no es país, no hay ciudad con la que jugar,
y que entonces vivimos en un laberinto.
Como el que un día hicimos
con nuestras piernas.
Imagina, que tal vez,
no vuelves a encontrarme por aquí nunca.
Aunque he de reconocer mi necesidad de escurrirme
y pese a mi maga habilidad para darme a la fuga,
a veces me visita el egoísmo, se queda a tomar té y pastas,
y entonces -muy bajito- deseo que me recuerdes fuerte.
Y aunque no nos busquemos
por no poder con el impacto del hallazgo
ojalá -pienso- tropieces con la rémora
de mi súbita ausencia, y te sorprenda.
Ojalá que de vez en cuando
me sospeches y sientas arañazos en el pecho.
O cosquillas.
O algo que no consigas explicar con palabras.
El caso es que, por no poder
con el peso de la presencia,
me dejes ahí, en ese lugar
acompañándote de mí.
Y que pase igual
que pasa con el placer
que provoca rascarse
tras quitarse unos calcetines que aprietan.
Pero no quiero que me extrañes, tampoco que me confines,
a la manera de un territorio desierto.
Por favor no me juzgues,
simplemente, es que hoy llovió nostalgia
y todo volvió a ser lirios y madreselvas.
Y entendí, que el más violento
de todos los castigos
debe ser no dejar huella.
M.N.G.C.
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