LANCE TABÚ. SELLO DE LACRE



La carta como las de antaño, con un sello de lacre, describía los más tórridos deseos hacia ella. Especialmente por sus curvas, por su talla extra grande. Sintió enfado a la vez que curiosidad pero lo dejó pasar. No quiso comentar nada.
La segunda carta alababa su capacidad intelectual, su rapidez para el cálculo mental y las matemáticas. Definitivamente el remitente la conocía muy bien o había pedido referencias.
Se sucedieron hasta 6 cartas perfumadas con sello de lacre, en las que el anónimo remitente hablaba detalladamente de su contoneo al caminar, en especial con sus zapatos rojos de tacón de aguja. Describían a la perfección sus grandes piernas a cada paso desde sus glúteos hasta los empeines.  También hablaba de sus ojos negros azabache, su nariz perfilada, sus labios carnosos y su perfil perfecto. Haciendo una reflexión sobre la atracción por su boca, en especial en cada beso y en cada largo juego de lenguas. La última describía sus voluminosos senos, su cintura y su sexo. Ella ya tuvo claro que su pareja tenía que ver en aquello, porque tanto detalle era imposible. La inquietud que había vivido mientras se sucedieron las cartas tan cuidadas en su apariencia, el perfume que desprendían y las descripciones tan personales y picantes por momentos, se dispersaba y se volvía curiosidad.
Llegó a casa y encontró las luces apagadas y las cortinas corridas. A la entrada una hilera de velas y un camino de pétalos que conducían hacia el salón. En el salón de su coqueto piso de 60 m2, su pareja había recostado el sofá cama y le había puesto unas sábanas de raso negras y sobre ellas unos pétalos de rosas rojas. En la mesa del centro había improvisado una petit recepción dende colocó una rosa roja, una caja de sus bombones favoritos, dos copas y una botella de champán en una cubitera.

 Él se acercó y le dio un beso en los labios muy tierno a la vez que la rodeaba con sus brazos y le daba una caricia desde los hombros hasta sus nalgas, grandes, que agarró con fuerza. Apretó el beso. Buscó su lengua. Le quitó el pasador del pelo y le fue desabotonando la blusa. Ambos se tendieron. Se recorrieron cada resquicio de sus rostros, de sus bocas, de su torso, de sus manos, de sus sexos… Los preámbulos fueron deliciosos y calmos y el orgasmo muy fogoso. Por último un brindis y un alegato: “Cualquier cosa para reconquistarte en cada momento”.


                                                                  Celia Sánchez

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