El poder de la oración (Sección "Lluvia de piedras")
Aquel
clérigo reunía la sabiduría propia de los ancianos que supieron escuchar desde
niños, y no solo la de los estudios que cursó. Por eso, cuando entró en la
habitación del enfermo y vio a toda la familia rezando al pie de su cama
reaccionó mal, o eso pensaron los presentes. No entendían por qué se
escandalizó y expulsó a los ordenados oradores imponiéndoles que “los rezos y
súplicas al Señor se deben hacer en la intimidad de cada uno o en las citas
programadas en la casa de Dios”. Los echó a todos y se quedó él solo, rezando,
hasta que el enfermo falleció.
Pasó
justo lo contrario cuando el piloto de aquel avión avisó de la gravedad de la
situación y el pánico en forma de llanto mudo o el silencio tenso conquistó a
cada ocupante de la aeronave. Entonces, puso a rezar hasta a los ateos, que
hicieron un paréntesis en su batalla contra la fe para sumarse y recurrir a
remedios extremos. Porque esa vez sabía que si salía mal no habría testigos
para contarlo; y, si escapaban, aquella oración fidelizaría a los practicantes
y sumaría a algunos incrédulos a la divulgación de la palabra del Padre.
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