LANCE TABÚ. ÚLTIMO VIAJE.





Como cada noche entraba a la oficina de la empresa de guaguas. Se servía el primer café de la noche y hablaba con sus compañeros de las incidencias que habían ocurrido. Esa noche después del último servicio sobre las 5:00 de la madrugada, esperó a que bajaran los pasajeros y reanudó la marcha. No pasaron diez minutos y pudo oír a una pareja jadeando en el último asiento de la guagua. Se dejó ir y por el espejo retrovisor pudo ver a lo lejos como ella cabalgaba… no quiso romper el momento. Se centró en la conducción de la guagua. Pasaron unos minutos donde los amantes entendieron la complicidad del chofer o la incapacidad de enfrentarse a ellos y se dejaron llevar. Los gritos de placer de ella colmaron la atmósfera de aquella guagua vieja y destartalada con tanto viaje mundano. El tono de cada gemido describía una escala ascendente acorde a lo cerca que estaba del orgasmo. El chofer nunca había oído algo parecido y se sintió atraído. Paró antes de llegar a la cochera y los dejó bajar. Se encontró por primera vez con los ojos de ellos a través del espejo, mientras hacían un gesto de despedida. Se convirtieron para él en obsesión.
Al día siguiente al entrar en la cochera y mientras los demás hablaban de sus cosas, él pensativo, no dijo nada. Hizo su servicio deseando que se pasaran las horas y hacer el último viaje. Nada sucedió. Pasaron cuatro días y no se pudo quitar los ojos de “Telma” y “Luis”, como él los llamaba, de su mente, ni su escala de gemidos ascendente.
Un martes de lluvia intensa mientras bebía su café pensaba que el turno iba a ser duro y en parte lo fue, hasta el último servicio. No se percató de los ojos de los jóvenes a la entrada, pero después del último viaje los oyó. No daba crédito. Miró por el espejo y  allí estaba, a galope. Se centró en la conducción, apagó la radio y esperó el momento. Ese momento próximo a morir donde ella gritaba en un tono peculiar, que a él lo había captado. Sucedió. El sonido natural de una guagua destartalada se mezcló con la de aquellos jadeos, gemidos y ronroneos que se repetían como un mantra, hasta llegar al momento en escala. Su favorito. Decidió que sin ser participe activamente lo retroalimentaba. Que en las noches que en el último viaje, aquellos amantes furtivos, desconocidos, elegían su guagua para recrearse, rejuvenecía.

Celia Sánchez

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