El banco (Sección "Lluvia de piedras")




La madera esta arrugada, como si diera fe de los años transcurridos y de una oculta experiencia. No en vano, se pueden leer en ella mil inscripciones que bien podían haber sido originadas por gentes que ya abandonaron la vida. Sin embargo, su posición es envidiable. Es un rincón acogedor del barrio ansiado por todo tipo de personas.

Por la mañana se va plagando de estudiantes que se alternan y cuya hora cumbre es el momento de salir de clase, ya avanzado el medio día. Por la tarde son otros jóvenes, que no llevaban material de estudio, o gente mayor de la zona que encontró un aposento ideal en medio del barrio. De madrugada, suele estar ocupado por grupos de trasnochados que recuperan energías o alargan sus locos viajes con sustancias no alcohólicas, casi siempre.

No recuerdo cuándo fue la última vez que me senté allí. De hecho, aun puedo visualizar el cuerpo del viejo tumbado a lo largo, aquella tarde que pensaba utilizar el banco de la esquina, y la rabia que me dio no poder hacerlo por la ocupación de aquel sucio indigente. Sin querer, me viene a la mente la imagen de la mañana siguiente, con la esquina llena de policías y los servicios de emergencia y aquel bulto enrollado en una sábana, completamente tapado. Sabía qué escondía la tela blanca. Podía hasta imaginar su peso y casi su olor; y, aunque procuro no pensar en la escena, me es imposible evitarlo.


Cada vez que utilizo el cajero automático que hay enfrente, miro el rincón con pena. Trabajo en esa misma sucursal y no sé si hay equivalencia en llegar cada mañana al trabajo y sentarme. Aunque, en realidad, no puede ser: esta empresa es mucho más siniestra y cerrada, y -sin duda- aquí se han perdido miles y miles de vidas.





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