Contraverso. Nagual
Tras
unos meses reanudé mi lucha contra E.C., todos los días me llegaban
nuevas noticias de las irresponsabilidades cometidas por la empresa.
Una pobre señora había sido enterrada viva por unas manos que
surgen de la grava volcánica en el Teide, la zona debía estar
vallada, pero E.C. se encontraba económicamente muy apurada. Un
contacto, Félix Dávila, me había pasado esa misma mañana el
número de unos ex-trabajadores de la empresa que querían contarme
su experiencia. Pero cuando volví a la pensión no pude creer lo que
veía.
Mi
hija, Luisa, estaba jugando en el suelo... ¡Consigo misma! Una falsa
Luisa de color gris reía, hablaba, y hacía todo como la original
¿qué era esto? Me acerqué y agarré a Luisa -la original, por
supuesto- de la mano, alejándola de su compañera de juegos. -¿Qué
demonios eres tú?- le dije algo alterado, preparado para cualquier
respuesta, mientras buscaba un puñal en mi bolsillo.
-No se
altere señor Gabriel, yo solo soy un pobre nagual que quiere
divertirse un rato. Mire, he cuidado de su hija en lo que usted ha
estado fuera, pero ¿cuándo la llevará al colegio? ¿No cree que se
desentiende usted mucho de ella?-.
La
insolencia de la falsa Luisa casi me saca de mis casillas ¿se creía
con derecho a juzgar lo que yo veía más seguro para ella? Bueno,
tal vez sí que debía volver a llevarla al colegio, pero el riesgo
era tan grande que no me atrevía. Cerré los ojos y me calmé,
respiré hondo, los volví a abrir. Ahí seguían jugando. Luisa
había perdido a su madre siendo aún un bebé, desapareció sin
rastro, y yo estaba seguro de que necesitaba una hermana mayor que la
cuidara, en ese momento tenía una misión muy peligrosa para con la
sociedad, y ella no tenía por qué sufrir la suerte de su padre, un
cabezota al fin y al cabo.
-Luisa
dos, tú cuidarás de mi hija. En la nevera hay yogures, tómate uno,
y si necesitas algo no dudes en pedírmelo- le respondí
acariciándole el pelo. La Luisa gris hizo de canguro durante meses
para luego desvanecerse, pero la Luisa real no la echó nunca en
falta, ella seguía jugando sola, tal vez porque su sombra no le
había abandonado de todos modos.
Finalmente,
y para curarme en salud, decidí dejar a Luisa con mi amigo Félix,
cogí la guagua y me encaminé hasta Tejina, pues me habían llegado
noticias de que allí E.C. estaba ganando una pasta con una atracción
turística incendiaria: un dragón. Y lo tenían allí, suelto, en
medio de la plaza, tan campante él. La gracia de todo esto estaba en
llevar a la gente a los aparcamientos, pues el reptil solía estar
por el lugar, planeando, y lanzar una gran cantidad de carne para que
bajara a comer. Con esto conseguían dos cosas, por un lado, los que
habían pagado por ello salían con un “valió la pena” en la
boca, por otro, el bicho en cuestión estaba alimentado y no tenía
en principio razón para comerse a nadie.
Mentira,
obviamente. De forma oficial el dragón era inofensivo y no hacía
falta desplazarlo de su lugar, pues no se conocía como podría
reaccionar. Ahora, los vecinos habían visto como el animal en
cuestión bajaba de vez en cuando, quemando algunos árboles,
tumbando los muros más finos, cazando gatos y transeúntes
despistados. Mi misión era sacarle una foto in fraganti para obligar
a la empresa a declarar por sus errores.
Crucé
la calle hasta llegar al cruce que está algo por encima de la plaza,
desde allí vi algo planear, aunque sinceramente podría haber sido
desde un avión a una gaviota, porque me dejé las gafas en casa y no
veía nada. Bajé cuidadosamente hasta las escaleras, las calles
estaban desiertas -lógico, Kruta, hay un dragón suelto- y me
escondí entre los arbustos. Allí estuve cerca de dos horas, pero el
condenado reptil no bajaba. ¿Y si E.C. tenía razón? ¿y si era
inofensivo? Tal vez la empresa no era tan mala después de todo y
estaba buscando malos donde no los había, al fin y al cabo era un
trabajo muy difícil... Tuve tiempo para reflexionar y comerme la
cabeza, esta vez no había podido ser.
Esperé
aún media hora más, pero comenzaba a anochecer y decidí volver a
casa. Me acerqué hasta la iglesia para admirar mejor su
arquitectura, al menos así el viaje no habría sido en vano, pero
cuando quise darme cuenta había perdido al dragón de vista. No
estaba en el cielo, tal vez se había posado en la montaña, pero un
sentimiento de inseguridad me invadió y decidí marcharme lo antes
posible. Fue lo típico, primero caminé, luego, corrí. Escuché un
rugido que me heló el alma, no había tiempo de llegar hasta el
coche, debía esconderme. Me metí de nuevo entre unos arbustos y
recé para que el monstruo no tuviera buen olfato.
Apareció.
Era enorme, pero no se parecía en nada a lo que me había imaginado.
Figúrense un reptil con un cuerpo enorme, un cuello extremadamente
fino y una cabeza ¿cómo definirlo? Como una mezcla entre cocodrilo
y cerdo de la que se escapaban hilos de humo blanco. Estaba surcado
por bandas de escamas que cambiaban de color, como las luces de
navidad, y con las seis garras de cada pata arañaba el suelo
arrancando el asfalto.
No debí
hacerlo, pero salí de mi escondite y comencé a correr. El animal en
principio no se percató de mi presencia: miré atrás y parecía más
interesado en olisquear el arbusto en el que antes me escondía, así
que respiré algo más aliviado, pero cuando miré por segunda vez vi
una bestia furibunda, vomitando un fuego pesado que caía al suelo
como si fuese de plomo. Yo seguí corriendo, pero esta vez empecé a
gritar como un poseso. Me hubiera cogido, me hubiera frito, comido,
escupido, pisado y vuelto a comer, pero en ese momento ocurrió algo
que ustedes, seguramente, juzgarán fantasioso: un elefante enorme
saltó desde una azotea y lo aplastó.
Yo puse
la misma cara que acaban de ponerme ustedes, el terrible dragón
había quedado hecho una tortilla, y con expresión de haberme comido
un tuno sin pelar, solo pude decir -¿pero qué cojones?-. El
elefante se transmutó en una enorme masa amorfa que se movía hacia
mí, amenazante. Yo, que estaba como si me acabaran de pegar una
tunda de palos, ni me molesté en salir corriendo. Poco a poco se fue
empequeñeciendo, desinflando, cambiando de forma: ante mí pude ver
una niña gris.
(Fuente: https://lin--wolf.deviantart.com/art/El-nagual-482250855)
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