Una hora menos (Sección "Lluvia de piedras")
Programó
el despertador del móvil y, por un instante, apareció un mensaje que decía:
“Esta alarma está fijada para dentro de 7 horas y 35 minutos”. Posó la cabeza,
respiró profundo y -sin más- soñó con descansar y recuperarse.
Saltó
de la cama y, móvil en mano, se dispuso a iniciar su protocolo matinal. De
repente, al entrar en el servicio se dio cuenta de que el teléfono no se había
actualizado, no se cambió la hora a media noche. Por eso se levantó una hora
después de lo previsto. Por eso iba a llegar tarde al trabajo. Así que no se
duchó ni afeitó, no desayunó y se vistió sin escoger la ropa. Bajó corriendo
las escaleras de los cuatro pisos, tropezó con su bicicleta en todos lados
hasta superar la salida del portal y se subió en ella maldiciendo toda la
tecnología y su mala suerte.
Los
adelantos informáticos le jugaban una mala pasada tras otra. Les tenía fobia, y
sentía ansiedad con cada novedad. Lo peor es que en la empresa, en Microsoft,
fueran tan duros con los programadores, como él.
A
partir de aquel año, ese día, siempre llegaba tarde alguno de sus ex-compañeros. Decían que si no hubiera tenido el accidente y estuviese vivo, seguro que se moriría de
risa con la maldición de los programadores.
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