EL VIAJE DE PITAITI. RELATOS CRUDOS 19.

Imágen extraída de todofondopantalla.com

Olisqueó alzando un poco su mirada, pero el resto de la familia permaneció tranquila, los párpados le caían densos sobre sus ojos cansados, cayó en un sueño profundo, pero al poco tiempo el olor fue a un más persistente, confundido vio que en el salón ya no había nadie, corrió hacia la cocina, por las habitaciones, y regreso al salón, miró al techo y lo vio envuelto en llamas, el mismo amenazaba en desprenderse, se había convertido en una amenaza envuelta en llamas, hizo un recorrido visual y vio una ventana abierta, salto sin pensárselo dos veces, y desde la misma solo unos dos metros lo separaban del suelo.

No había nadie, el bosque donde solía jugar se había convertido en el recreo de las llamas, sintió un calor que jamás había sentido, corrió sin rumbo, siempre en dirección contraria al viento y al fuego, los olores se mezclaban, olía a carne quemada, muchos de los pájaros volaban desconcertados, oyó sirenas a lo lejos, desde el aire un helicóptero bombardeaba el paraje de agua.

Corrió en medio de la desesperación, por primera vez había olido la muerte, y supuso una figura que yacía en el suelo envuelto en brazos gigantes naranjas y amarillos. No recordó el tiempo que estuvo corriendo, si los paisajes, el agua que caía del cielo que se evaporaba al contacto con los dedos ardientes de la gigantesca hoguera, al pie de carretera, advirtió unos hombres envueltos en cenizas, uno de ellos corrió raudo a su encuentro, llamaron a otros hombres, y de repente se vio en el asiento de atrás de un coche cubierto por una toalla.

Por fin al salir del coche, advirtió otros olores. Olores a vida, a comida, a agua fresca, paso la noche rodeado de atenciones y amigos, que con los ojos a su manera recordaron lo vivido, de repente una puerta se abrió y volvió a contemplar a su familia, lo abrazo la mujer buena su mama humana, el hombre bueno su papa humano, y la niña de sus juegos, su hermana pequeña, Pitaiti le lamió toda la cara y -a su manera- mientras le seco las lágrimas a lengüetazos, con los ojos, le dijo en ese lenguaje propio solo de niños y animales puros, “solo ha sido un mal sueño, hermanita”.

Dedicado a todas aquellas personas que combaten el fuego, a todos esos voluntarios que se ocupan en que esos entrañables peludos que hablan con los ojos vuelvan con sus familias.

Adolfo Ibáñez-Batista

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