"Lluvia de Piedras": La luz de delante, por Pedro Glez Cánovas


La mina se llenaba de gente y personas cada día y cada noche. Como dentro la oscuridad era heterogénea se acordó que siempre se cobraba lo mismo: no había nocturnidades ni festivos y cuando había que quedarse más se hacía sin queja y sin exigir ningún extra a cambio. Era una suerte trabajar en la mina.
Al frente de cada grupo iba una persona con un candil y los que le seguían inmediatamente aspiraban a llevarlo algún día. Mientras tanto aumentaba la ceguera entre los mineros en la misma medida que aprendían a moverse como autómatas.
Los de la luz no querían salir nunca, no querían ceder su posición privilegiada y acababan muriendo al frente del grupo. El que venía detrás cogía el candil y el grupo de ciegos lo pisoteaba y dejaba atrás sin parar un solo instante. Sin saber de la merma ni el relevo.
Pero al salir de la mina los dueños se hacían cargo de cada candil y despedían a los guías con una palmada en la espalda y un medido “contamos contigo”. Eso les hacía sentirse grandes y mejores que los demás.


Pedro Glez Cánovas

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