Nuestros mundos enfrentados, 16 - Fuerza de la mente



   Aún aturdido, Báldor se levantó para iniciar la persecución junto a los otros dos. Muchas preguntas merodeaban por su pensamiento, pues no sabía cómo había podido el enemigo acercarse al campamento sin que nadie se percatara de ello, ni cómo fue capaz de tomar a Syrinjari, ni quién la había reemplazado. Estas cuestiones no pasaron desapercibidas para el Señor gris, pero él también ignoraba las respuestas y, además, no solía hablar mientras corría. Descendieron una loma, y aunque el guerrero no distinguió nada en lontananza, la yegua negra aseguró que allá, a varias millas de distancia, se hallaba Syrinjari en garras de unos seres encorvados. El Señor gris confirmó esto antes de que reanudaran la marcha.
   —Sus mentes son simples. Solo piensan en regresar al amo —dijo.
   —Debemos alcanzarlos antes de que eso ocurra —dijo Báldor, resoplando.
   —En cualquier caso, nos desviarán del camino. Temo que sea esa su meta principal —dijo la yegua negra.
   —El camino aguardará aquí, podremos retomarlo —dijo el otro—. Pero no podemos dejar a Syrinjari atrás.
   Nadie respondió, y continuaron corriendo con las montañas a su derecha.

   Sin embargo, los enemigos les llevaban demasiada ventaja, y no parecía que pudieran alcanzarlos por mucho que mantuvieran su empeño a través del tiempo. Además, cada vez les resultaba más difícil correr, excepto a la yegua negra. Báldor sudaba, y se detuvo un instante pues sentía dolor en una pierna.
   —Yo podría alcanzarlos, mas dudo ser capaz de vencerlos sola —dijo entonces la yegua.
   —¿Por qué no lo habías dicho antes? —dijo Báldor enseguida, mirándola.
   —Id, pues —dijo el Señor gris, mirando al animal—. Puedes llevarlo a él, sin duda. —La yegua negra gruñó.
   —Oh, vamos —dijo Báldor, creyendo comprender lo que sucedía—. No es momento para el orgullo. Ninguno de nosotros debe morir o perderse.
   —¿Dejarás solo a tu compañero? —preguntó ella, incómoda.
   —Puedo arreglármelas —dijo el Señor gris.
   —¿No lo oyes? —dijo Báldor, mirándola.
   Y miró al Señor gris como si así pudiera asegurar que fuera a estar bien, luego llevó los ojos a la yegua. Esta le dio permiso para montar, y Báldor se apresuró a hacerlo a pesar del cansancio.
   —No nos pierdas de vista —le dijo Báldor al Señor gris.
   —Podría oír tu mente incluso a leguas de distancia —dijo él.
   Esto hizo que Báldor se planteara algunas cuestiones, pero no quiso decir nada. Y la yegua negra no aguardó ni un instante más, por lo que empezó a cabalgar. El guerrero tuvo que sujetarse a sus crines, aunque ahora que sabía que aquel oscuro ser no era en verdad un animal, sentía cierta incomodidad.

   Fuera lo que fuera, no se podía dudar de su celeridad. Yarda tras yarda se acercaban más a los enemigos, a pesar de que Báldor no fue capaz de distinguirlos en la oscuridad hasta que pasaron varios minutos. Entonces avistó en la lejanía lo que parecía ser solo una sombra diminuta, pequeña pero esperanzadora. Aunque también temió.
   —Démonos prisa —le dijo a la yegua negra en un susurro.
   Ella no dijo nada, pero tras unos segundos, aceleró el paso. Y así, tras un tiempo que a Báldor le pareció un inquieto sueño de tinieblas y paisajes sin forma, se abalanzaron sobre unas bestias que habían estado esperando por ellos, pues habían oído el galope de la yegua.
   Esta aminoró la marcha para que Báldor se bajara, y acto seguido se deshizo de su forma animal para convertirse en una oscuridad informe que los enemigos no pudieron atrapar. El guerrero desenvainó la espada y tomó el escudo para enfrentar al más cercano de ellos, y pudo distinguir que poseía una forma humanoide aunque tosca y horrible, si bien no pudo verle bien el rostro (por fortuna). Le asestó un tajo sin mesura, y en cuanto lo vio caer buscó a otro rival, aunque también trató de averiguar dónde estaba Syrinjari. Mas le fue imposible divisarla en mitad de la escaramuza, y todo lo que oía eran gruñidos y golpes de cuerpos al caer o golpear su escudo.
   Sin embargo, la batalla no se prolongó por mucho más tiempo, pues los monstruos que aún quedaban con vida se retiraron y comenzaron a huir hacia el norte. Báldor buscó enseguida a Syrinjari.
   —Van directos hacia el Señor gris —dijo la yegua negra, clamando la atención de Báldor.
   —¿Qué? Maldita sea, no podemos dejar que lo encuentren —dijo.
   —Pero tampoco podemos dejar a la muchacha pálida desatendida —dijo la otra—. Intenta reanimarla, yo los perseguiré.
   —Está bien —dijo Báldor, y la yegua negra echó a correr tras los enemigos.
   Él no se demoró en atender a Syrinjari, aunque solo pudo intentar despertarla con la voz y sacudiéndola. Báldor no era capaz de dejar de sentirse inquieto por todo lo que había sucedido en aquella noche, y tenía la sensación de aún no podría respirar en paz.
   —¡Syrinjari! ¡Syrinjari! —exclamó.
   Comprobó entonces, alarmado, que siguiera con vida. Y al ver que era así, se sintió frustrado por no ser capaz de despertarla. «No puedo quedarme aquí, solo con ella, mientras no sé qué hacen los demás», pensó. «Esos monstruos nos han separado. Quizá era lo que querían». Y sin dudarlo demasiado, cargó a Syrinjari sobre su espalda después de guardar las armas, y echó a caminar hacia el norte.

   La muchacha era ligera, por lo que pronto pudo trotar. Sin embargo, no había avanzado mucho cuando comenzó a oír los cascos de la yegua negra. Esta apareció poco después ante él, emergiendo de la oscuridad.
   —Derroté a los enemigos, pero no pude encontrar al Señor gris —dijo.
   —¿Se habrá perdido? —dijo Báldor, inquieto.
   —Lo ignoro. Busquemos los dos.
   Se dio la vuelta y comenzó a avanzar hacia el norte.
   —Espera, ¿no podrías cargarla a ella? —le dijo Báldor—. A ti te costaría menos esfuerzo que a mí.
   La yegua negra no dijo nada, pues aquella idea no la complacía, aunque tampoco se alejó, sino que se detuvo. Báldor tumbó a Syrinjari sobre su lomo, pues estaba cansado, y la criatura oscura echó a caminar.
   Llegaron al lugar en el que los enemigos habían sido derrotados y pasaron entre sus cadáveres. Siguieron avanzando y recorrieron la oscuridad en vano durante largo rato. Báldor llamaba al Señor gris con el pensamiento, pero pasaba el tiempo y no obtenía ningún tipo de respuesta. Hasta que una voz extraña en su mente dijo: «No busquéis más por ahí a vuestro débil amigo. Si queréis encontrarlo, id hacia las montañas». Báldor también oyó una risa, y luego miró a la yegua negra.
   —¿Has oído eso? —le preguntó. Ella asintió, y la voz regresó.
   «¡Vamos! ¿A qué esperáis? También parece que a vuestra compañera le gusta dormir. Aunque quizá sería mejor que no despertase. Por supuesto, también podéis abandonar a este idiota gris, pero eso solo atrasará lo inevitable: que os atrapemos». Báldor gruñó, incómodo y frustrado, y miró hacia las montañas.
   —Me parece que no tenemos elección —dijo.
   —Si vamos, estaremos yendo hacia una trampa —dijo la yegua negra.
   —Pero no debemos dejar al Señor gris —dijo Báldor. «Si al menos Syrinjari estuviera despierta», pensó.
   «No despertará por sí sola. Solo nosotros tenemos el remedio», dijo aquella voz en el pensamiento de Báldor, riendo. El guerrero se llevó las manos a la cabeza.
   —¡Estoy harto de que se metan en mi mente! —exclamó, y miró las montañas—. Vamos. Acabemos con esto, para bien o para mal.
   Echó a correr, y la yegua negra lo siguió desde cierta distancia.

   Cuando alcanzaron las estribaciones de la más cercana de las montañas, se sorprendieron al distinguir el fuego de una hoguera. Tras las llamas había varias sombras, y la que estaba en medio era más baja que las demás.
   —Bien, acercaos —dijo. Era la misma voz que Báldor y la yegua negra habían oído antes.
   Y cuando pudieron distinguirlo con cierta claridad se percataron de que se parecía mucho al Señor gris, como si fuera otra especie de extraterrestre. A Báldor le desagradó aquello, y miró a un lado y a otro para intentar dar con la forma de salir victorioso de la situación.
   —Eh, no importa lo que pienses —dijo el extraterrestre—, puedo oírlo. Estáis atrapados, y moriréis aquí. ¿Acaso creíais que podríais andar con libertad bajo la oscuridad? Solo permitíamos que os confiarais para que el golpe final fuera más doloroso.
   —¿Dónde está el Señor gris? —dijo Báldor, apretando los dientes.
   —Yace aquí, detrás de nosotros. Pero de nada te servirá verlo —dijo el otro—. Y sí, he venido de otro mundo, como estás pensando. Sin embargo, al contrario que vosotros, colaboro con quien será el vencedor de esta disputa.
   «¿Cuántos enemigos han venido desde otros mundos?», pensó Báldor, y aferró la empuñadura de la espada mientras recordaba a Markarath. Pero no recibió ninguna respuesta, pues de súbito el extraterrestre cayó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza, pegando el rostro al suelo. Sus secuaces comenzaron a moverse, inquietos, y la yegua negra saltó sobre ellos (dejando caer a Syrinjari sin cuidado) perdiendo su forma animal. Tras los enemigos que comenzaron a moverse, Báldor distinguió al Señor gris, de pie.
   El guerrero también se lanzó a luchar, y junto a la sombra que era ahora la yegua logró abatir a los enemigos o hacerlos huir. No hubo tiempo para persecuciones, pues todos sus compañeros estaban allí, y el extraterrestre que los había atraído yacía inmóvil entre ellos.
   —¡Estúpida raza inferior! —exclamó el Señor gris, enfadado como nunca lo habían escuchado antes.
   —¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Báldor, desconcertado pero aún alerta.
   —Creía que podría atraparnos. Ha tanteado nuestras mentes desde que abandonamos Gal-adártir —respondió el otro.
   —¿Qué? ¿Y no nos habías advertido? —dijo Báldor, mirándolo—. Bueno, no me sorprende.
   —Debía permitirle creer que todo saldría bien. Su especie es engreída.
   —Bien, ahora podremos continuar —dijo la yegua negra, que había retornado a esa forma.
   —Sí, y con premura, pues antes de morir pidió ayuda. Ignoro quién vendrá —dijo el Señor gris, dándole la espalda al enemigo muerto.
   —Parece que la tranquilidad en la oscuridad ha terminado —dijo Báldor.
   Y buscó a Syrinjari para cargarla una vez más. La caída no le había infligido daño alguno, pero seguía dormida.
   —Esperad, ¿no dijo ese tipo que tenía el remedio para despertarla?
   —Mentía —dijo el Señor gris.
   —Debemos alejarnos. Despertará por sí sola, seguramente —dijo la yegua negra, y se acercó a Báldor.
   Él, preocupado, puso a Syrinjari sobre su lomo, y sin dejar de mirarla comenzó a caminar detrás de sus compañeros.



Fuente imagen: https://futurism.media/best-alien-invasion-films-on-netflix-to-stream-right-now

Comentarios

Entradas populares