LANCE TABÚ. INSPIRACIÓN VECINA
El último encargo consistía en una colección de cuadros que
describieran una escena
cotidiana. La colección debía estar formada por seis frescos. El
tema sería libre. La
fecha de entrega, un mes antes de la boda de la hija del cliente que
mantenía su anonimato. Según las formas, entendió que era una familia
adinerada. Un marchante de
obras de arte era quién hacía de intermediario. Cuando se puso en
contacto con él, se
sorprendió del marchante, del cliente, del encargo…
Dante pintaba de manera profesional. Había conseguido hacer alguna
exposición en el
extranjero y vendía sus obras en persona o exponiéndolas
casualmente en alguna
galería. Aquel encargo lo tenía intrigado pues le faltaban datos.
Después de una
semana había pintado un paisaje idílico de montaña. Hizo una foto
y la mandó al
marchante. El cliente comentó que no era lo que buscaba. Volvió a
pintar una escena de
mar pero tampoco gustó demasiado.
Durante esa semana había oído ruido de mudanza en el piso de
arriba. El trasiego de
operarios subiendo y bajando tampoco ayudaba. Sus musas se habían
disipado. Vivía un
momento de bloqueo que deseó que fuera transitorio.
A los dos días, una pareja madura se trasladó al piso. No se oía
mucho ruido. Parecía
que la convivencia iba a ser tranquila. Lo agradeció. Lo que menos
necesitaba era
barullo.
En medio de lo que parecía una noche como otra cualquiera de
insomnio, de
preocupación por el trabajo, de bloqueo… se oyó un gran ruido,
como el caer de cosas
al suelo. Acto seguido gritos de la señora de arriba. Jadeos. Pensó:
<<¿Me vas a decir
que se lo están montando los abuelos estos?>> Durante casi una
hora de artes amatorias,
pasó por varios estados: incredulidad, vergüenza ajena, sorpresa,
envidia sana… hasta
que quedó en silencio. Su mente echó a volar y se imaginó aquel
acto fotograma a
fotograma. Le vino la inspiración. Quedó dormido.
Las noches, las tardes y las mañanas siguientes lo mismo. No había
horario fijo. Cogió un
lienzo nuevo y durante las sesiones de sexo de sus vecinos encontró
el tirón necesario y
creó varios bocetos. Se imaginó a aquella pareja madura como
personas experimentadas
y con alto conocimiento. Imaginó como se inmovilizaban a turnos,
usando el método
Shibari, arte japonés de atadura erótica. Imaginó como de manera
meticulosa anudaban
los metros de cuerda roja, especialmente elegida por ellos. Los
jadeos, golpes con ritmo
constante, gritos, risas, los paros en silencio durante unos
minutos...eran como leer una
partitura de sexo explícito. Los momentos de vida cotidiana los
utilizaba para darle
color a esa carne desnuda, candente. En los de ausencia de uno de
ellos, todo se tornaba
silencio. Era eterno. En los de lucha, aliento para su obra. Obra que
culminó con
talentosa colección de doce cuadros de sexo fetiche, donde se
mostraban distintas
posturas y nudos. Obra que bien pagó el marchante sin dejar que el
cliente supiera de su
existencia.
Celia Sánchez
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