Huellas





Sus pies no eran para apresarlos. Los suyos eran alas, imposibles de encorsetar. Por eso siempre andaba descalzo y su mayor placer era meterlos en agua caliente cada noche, cuando llegaba a casa. En ellos no se apreciaban durezas a simple vista. Además, era asombroso el aspecto de sus uñas perfectamente cuidadas; de lo que resultaba la imagen tierna, casi infantil, de unos pies que aparentaban no haber pisado nunca el suelo.

Pero, claro, no siempre gozaba de sus placeres. Cada día llegaba al colegio descalzo. Allí sacaba de su morral las alpargatas color hueso y se las ponía; mordidas por detrás, de manera que sus talones seguían respirando libres. Procuraba no prestar importancia a los comentarios de profesores u otros alumnos; pero lo cierto es que aquello endureció su carácter y, de alguna manera, lo hizo madurar.


No se sabe exactamente en qué momento de la vida empezó a esconder los pies, pero el desenlace nos deja ver que siempre fue diferente al resto; tal vez por negarse a andar por donde lo hacían los demás e imprimir su propia velocidad, o por tener una sensibilidad especial. Lo cierto es que, cuando sometió sus pies a diario dejó de ser tan distinto: aunque eso, y la época anterior, es lo que marcó la historia para siempre. De ahí esa fuerte corriente progresista que alardea de seguir su senda, sin consciencia de poner en peligro el sutil camino que marcaron sus pasos. 




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