El leñador (Sección "Lluvia de piedras")
Acababa de afeitarse y recortar cuatro
pelitos sobrantes. Tenía preparada su mejor ropa y había lustrado
la hoja de su inseparable hacha la noche anterior. Consideró que no
era bueno dejarla en una cita tan importante, ya que nunca se
separaba de ella. Hoy iba a conocer a la familia y ella a él. Le
fastidiaba tener que dejar en casa sus perros, sobre todo al más
viejo, pero estaba advertido de que a la anciana no le gustaba tener
animales dentro de casa.
Poco después salía con su hacha y
perfectamente acicalado. Entró en el bosque y tomó el camino de la
vivienda de la abuela. No le costó imaginarla a ella esperando su
llegada en el portal de la casa: con esa carita siempre sonriente,
casi infantil, rodeada por la caperuza roja que siempre llevaba. Nada hacía pensar que ese día terminase con una tarde tan
ajetreada.
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