AcrAtAcreA, Simón y Magdalena



Ya me he tomado un pack de seis cervezas alemanas, dos porros y nada, no me veo en un futuro de un  trabajo fijo con amigos invisibles, follando solo los sábados por la  noche y comprando regalos de navidad a los niños.
   ¿Tienes pensado que vas a hacer con tu vida Simón? —Una pregunta que mi madre, con voz chillona,  me hacía cuando ya se había tomado el segundo cartón de vino barato, y que ahora  Magda me había comenzado a hacer al sexto mes de nuestra relación. Pero ayer, la muy cabrona, añadió un — Ponte las pilas, ya vamos hacia los cuarenta y una chica como yo, con tantos interesados,  tiene que decidir —con la misma voz chillona que “mamá”.
¿Pero qué es lo que tiene que decidir? Pero si yo soy la única posesión, no robada, que ha tenido en su vida. Aun recuerdo cuando la recogí de la trasera de una pensión asquerosa, sin sentido por picarse caballo de mala calidad.
Fui yo quien la enseñó que emborrachándose y tomando Trankimacín   podría dejar el caballo. Fui yo quien ha puesto carne entre su piel y sus huesos.
No me quedan cervezas, a ver tengo diez euros, compraré vodka.  El puto supermercado queda lejos y tengo los tobillos como dos pelotas prietas de sangre, un día de estos las pincho y las estrujo hasta vaciarlas.
Coño, tengo hipnotizada a la cajera del súper con el temblor de las manos. A ver si acierta a coger el billete.
Cuando llegue Magda le voy a decir que no quiero hacer nada con mi vida, porque ya lo estoy haciendo, que siendo un marginado alcohólico tengo que mostrarme como lo que soy,  alguien que su pasado es la última copa, su presente es el vaso vacío que hay que llenar y su futuro la resaca que hay que eliminar con otro trago. Asumir que mi libertad es equivalente al colocón que tenga.
Pero que puedo mirar a todos de la misma manera, porque así se mira desde el suelo.
   Hola Simón—Llega colocada.
   ¿Qué Magda?
   Nada, aquí a gusto.
Ha visto el vodka, se sienta a mi lado, se toma un trago y le quito un mechón de pelo de su asimétrica mirada de cristal mientras enciende un cigarrillo.
   ¿De  lo que me dijiste esta mañana de que tenías que decidir, qué?
   Simón no me acuerdo, no me hagas mucho caso. Por último no duermo bien ¿Qué te dije?
   Me dijiste que estabas decidiendo tener un hijo —le miento.
   ¿Te dije eso? no lo creo. Yo no soy tan desalmada como para hacerle eso a una criatura.
Por un instante un acongojado silencio nos llena de una realidad corrosiva que disolvemos con un trago.
Las lágrimas ruedan por mi cara como piedras pesadas y calientes, quizás  por el vodka.
Seguimos bebiendo para regresar a nuestra fatal felicidad.


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