Nuestros mundos enfrentados, 18 - Deja los puentes arder



   Antes de que nadie pudiera decir ni una palabra más, el ser que acompañaba a Markarath arrojó otro dardo a Niríalhan. Sin embargo, ella no volvería a ser herida con tanta facilidad. Evadió el ataque con un grácil movimiento y desapareció en la oscuridad. Sus ojos rojos pudieron verse poco después sobre el enemigo, a quien atacó en vano, pues fue capaz de defenderse. Con un gruñido cargado de palabras extrañas, disparó varias saetas esta vez; se perdieron en la negrura.
   —Tampoco podrás herirla a ella con facilidad —dijo entonces Markarath— pues al igual que nosotros, proviene de otro mundo. Uno extraño, por cierto, pues sus habitantes son capaces de regenerar los huesos con presteza y utilizarlos como armas arrojadizas.
   —No puedo entrar en la mente de ninguno —dijo el Señor gris, detrás de Báldor y Niríalhan—. Algo interfiere.
   —No importa, nosotros seremos capaces de afrontar la batalla —dijo Báldor, aunque no estaba tan seguro de sus palabras.
   —¿Tenéis algún problema? —dijo Markarath, sonriendo—. ¿O podemos comenzar ya?
   —Por supuesto —dijeron Báldor y Niríalhan, casi al mismo tiempo.  
   Ambos avanzaron hacia Markarath, quien se adelantó un paso mientras su acompañante quedaba atrás. Esta impidió que los compañeros se acercaran demasiado, arrojándoles aquellos raudos dardos que en verdad eran huesos, y Markarath aprovechó para alzar sus dos espadas.

   Así comenzó una lucha en la que el enemigo, amparado por las saetas, hizo retroceder una y otra vez a los guerreros. Ellos tenían los sentidos puestos en los peligrosos dardos, aunque pronto se dividieron para dispersar la atención de aquel ser de otro mundo. Fue Niríalhan quien se acercó a él (o ella, más bien), dejando a Báldor solo frente a Markarath. Esto no importunó a ninguno de los terrícolas, pues era para ambos un enfrentamiento deseado.
   Las espadas se encontraron mientras Niríalhan reclamaba la atención de la criatura, moviéndose de un lado a otro en la oscuridad. A Báldor no le resultó fácil defenderse de dos hojas que atacaban al mismo tiempo, pero intentó que el escudo no entorpeciera su propia visión. Atacó en menos ocasiones que Markarath, y el sonido del metal golpeando su adarga le retumbó en los oídos y se propagó por el escenario de aquella batalla.
   El ser que arrojaba huesos era un enemigo difícil de golpear. Podía moverse a cuatro patas si lo necesitaba o erguirse para atacar. Tenía los brazos rodeados de osamentas en espiral, y era capaz de usar espinas gruesas como lanzas para hacer daño. El arma oscura de Niríalhan se topó en innumerables ocasiones con aquellas defensas, incluso cuando lograba acercarse por la espalda de la bestia, pues las garras emergían de su cuerpo como respuesta a cualquier acercamiento.
   Ambas luchas se volvieron pronto frenéticas, y ambos bandos tenían observadores. Por un lado, las bestias oscuras que acompañaban a los siervos de Tulkhar, por otro, el Señor gris. Pero este no deseaba mantenerse impasible, y a pesar de que no podía adentrarse en las mentes de Markarath ni de la otra criatura, halló una manera de intervenir. Los enemigos se percataron de esto cuando uno de ellos se separó del grupo que se mantenía al margen de la lucha y se abalanzó sobre la rival de Niríalhan. De poco sirvió, pues quedó enseguida ensartado por varios huesos, aunque eso no impidió que otro más se aproximara, luego otro, y uno más. Pronto impidieron que la enemiga se moviera, y Niríalhan no dejó escapar aquella oportunidad. Le atravesó la carne con la lanza, provocando que gruñera de manera agonizante; la emperatriz del mundo sombrío volvió a apuñalarla.
   —¡Cuidado! —gritó entonces Báldor.
   Markarath acudía en ayuda de su compañera, perseguido por Báldor, mas no logró alcanzar a Niríalhan con ninguna de sus hojas. Pronto tuvo que volverse para continuar enfrentando al guerrero, y este trató de alejarlo de allí. Sin embargo, una sola espada seguía sin ser suficiente. Niríalhan se dispuso a rematar al ser que arrojaba huesos ahora que Markarath volvía a estar distraído, pero fue entonces cuando el resto de observadores intervino en la batalla. El Señor gris no podía controlarlos a todos a la vez. Aun así, se esforzó por hacerlos caer uno a uno mientras su aliada evadía ataques, desaparecía y reaparecía en las sombras por encima o detrás de las bestias.

   Pronto, aquel campo sombrío ante el puente que cruzaba el río comenzó a llenarse de cuerpos. Pero la bestia herida por Niríalhan logró erguirse, y disparó una vez más a la emperatriz, derribándola. En cuanto sus ataques se detuvieron, el resto de enemigos trató de aprovechar la ventaja, y Báldor no pudo socorrerla pues sudaba tratando de defenderse de Markarath, y el Señor gris ya no podía verse en los alrededores. Niríalhan logró reponerse para retroceder y distanciarse de las bestias que ahora la acosaban, y Báldor se esforzó en deshacerse de su contrincante; tras un empujón de su escudo logró darle dos rápidos tajos, hiriéndole con uno de ellos. Entonces corrió hacia su compañera, mas no la alcanzó antes que una alargada sombra plateada que abatió a varios enemigos.
   Pero Markarath no estaba dispuesto a permitir que Báldor se alejara o distrajera demasiado, por lo que pronto sus espadas lo reclamaron una vez más, impidiéndole ver qué sucedía. Tardó así en averiguar que Syrinjari por fin había despertado gracias a la trabajosa intervención del Señor gris, que logró recuperar su consciencia como último y agotador recurso. La muchacha se levantó sabiendo por sus palabras lo que sucedía, y no dudó en lanzarse a hacer cuanto fuera posible para favorecer la situación. Con su fuerza repelió a los enemigos menores mientras Niríalhan se levantaba para enfrentar al enemigo de los huesos y ponerle un final.
   De esta manera, Markarath se quedó solo, y aunque se creía capaz de contener a Báldor e incluso derrotarlo, comprendió enseguida que estaba en peligro. Por eso atacó al otro guerrero con dos peligrosas estocadas antes de darse la vuelta y escapar hacia el puente.
   —¡Vuelve aquí! —exclamó Báldor, corriendo detrás de él.
   Por una u otra razón, Niríalhan y Syrinjari no fueron capaces de unirse a la persecución. Cuando Markarath alcanzó el extremo meridional del puente, tomó una tea de la hoguera que aún ardía allí y la arrojó al suelo tras sus primeros pasos. Las llamas se alzaron altas y amenazadoras, impidiendo a Báldor continuar.
   —Maldito bastardo, debió arrojar algún aceite o algo sobre el puente —murmuró, mirando el fuego y tratando de distinguir a su enemigo más allá.  
   Pero no pudo hacer más que resignarse, apretar los puños y darse la vuelta hacia sus compañeros. Además, que Syrinjari hubiera despertado le parecía ahora más importante que continuar la persecución.

   Cuando se acercó a ella, la vio como era antes de haber sido llevada por el enemigo, y se sintió desconcertado, pero no le dio muchas vueltas al asunto. Ella lo miró con sus grandes ojos y sonrió.
   —Parece que he dormido bastante —dijo.
   —Sí, unas cuantas horas —dijo Báldor, sentándose en el suelo delante de ella—. ¿Te despertaron los gritos?
   —Fue el Señor gris. Lo oí en mis sueños, insistiendo en que debía despertar —dijo ella—. Lo cierto es que acercó tanto su rostro a mí que me pareció un poco… inquietante.
   —Lo entiendo —dijo Báldor, riendo un poco—. Lo que no entiendo es que no te haya despertado así antes. Siempre se reserva las cosas, el muy… Pero bueno, estaba preocupado. Incluso habías comenzado a cambiar.
   —¿A cambiar?
   —Sí. Se te había arrugado la cara, y me pareció que eras más grande y pálida.
   —¿Qué…? Habrá sido cosa del veneno que esos monstruos utilizaron —dijo Syrinjari, mirando hacia la oscuridad—. Debo estar más alerta la próxima vez.
   —No importa —dijo Báldor. Se levantó, tendiéndole, sin pensarlo, una mano a Syrinjari para ayudarla—. Veamos como están los demás, si puedes levantarte.
   —Puedo —dijo ella, pero tomó la mano con una sonrisa.
   Caminaron hasta Niríalhan, que estaba sentada a unas cuantas yardas, y se soltaron cuando hablaron con ella. A Syrinjari le sorprendió descubrir que así era en realidad la yegua negra. Luego encontraron al Señor gris, también en el suelo, y Báldor tuvo algunas palabras con él.
   —No sabía que podrías haber despertado a Syrinjari antes —le dijo.
   —Bueno.
   —Ya… Qué remedio —dijo Báldor, cruzándose de brazos—. ¿Y qué pasó con los enemigos? ¿Cómo pudiste controlar a algunos? 
   —Todos hemos aprendido cosas en este mundo, ¿no es así? —dijo el otro.
   —Sí, desde luego.
   Y como el extraterrestre no parecía demasiado dispuesto a conversar, todos se reunieron en silencio y aguardaron a que el fuego del puente se apagara mientras se recuperaban sus heridas.

   En este descanso, Báldor se apartó de los demás para pensar en sus propios asuntos y en lo que podría esperarles ahora más allá del río. Syrinjari interrumpió aquellos pensamientos al situarse a su lado, en la oscuridad. Se miraron por un instante y ella dijo:
   —Ese Señor gris es un ser taimado.
   —Desde luego. Si fuera un enemigo, habríamos fracasado hace mucho —dijo Báldor.
   —Sí —dijo ella con una risa—. Pero lo digo porque sabe incluso lo que nosotros desconocemos. ¿Sabes qué me dijo para que despertara?
   —¿Qué te dijo?
   —Que estabas en un gran peligro. En realidad, ya te había visto varias veces mientras soñaba, inconsciente. Pero las imágenes que él puso en mi mente parecían mucho más angustiosas y reales, y al final desperté para alcanzarlas.
   —Vaya, no sabía que te preocupara tanto —dijo Báldor, y sintió agrado, pero también preocupación—. Lo cierto es que me alegra mucho que hayas despertado. Echaba en falta oírte y ver tus ojos abiertos.
   Ella se acercó a Báldor, y entonces él rodeó sus hombros con un brazo y se quedaron así, contemplando la oscuridad, sintiendo un calor que no provenía de aquellas sombras, sino de algo hermoso en mitad de tanta desesperación. 


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