El cuento del burro (Sección "Lluvia de piedras")





Parecía que Jesús se distanciaba cada vez más. Es verdad que había una notable diferencia de edad entre él, que ya estudiaba en la universidad, y sus primos; pero, además, ya no coincidían sino en casa de los abuelos los fines de semana. Un ámbito rural del que provenía la mitad de sus progenitores.
De Pedro, decían que tenía “cara de bueno”, casi siempre. Ese sábado había estado ayudando al abuelo a arar la huerta. El mismo día que un amigo del viejo, el de las cuadras de al lado, se le quedó mirando y dijo que no pusiera cara de tonto. Cuando se fue, el abuelo soltó una de esas frases que se grababan a fuego: “No hay nada más rentable que una cara de tonto bien administrada; siempre es mejor que ir de enterado”.
Ya empezaba la tarde, cuando abuelo y nieto, sentados a unos cuantos metros de la casa, vieron entrar a Jesús, ensimismado, con las manos llenas de sus aperos de estudio. Estudiaba Agrícolas, aunque el viejo decía que “para poner a trabajar a los otros y hacer el vago (como siempre)”.
Al rato, se acercó el estudiante con un libro en el brazo izquierdo y saludó antes de sentarse con los suyos. Se quedó mirando lo que habían arado y afirmó, muy seguro de sí mismo: “Abuelo, ¿sabe que debería arar más profundo para remover la tierra que no empobreció la última cosecha?”. E hizo ademán de ir a buscar algo en el libro que traía. Pero el viejo lo cortó diciendo:
-       No mijo, no. El tiempo viene seco y esta tierra es bastante arcillosa. La capa húmeda que queda debajo ayudará a mantener la poca agua que caiga para que la papa la aproveche. Hazme caso, yo entiendo desto.
-       Pero abuelo…
-       ¿Dice tu libro cómo va a llover este año? ¿Me va usté a enseñar a mí? 
Jesús cerró el libro y se levantó ofendido. Solo dijo “bueno, hasta luego” y descaminó lo andado hasta la casa dando zapatazos en el suelo. Entonces, el viejo miró a su otro nieto esgrimiendo su mejor media sonrisa, y le explicó: “Digan lo que digan, un maestro siempre será un burro cargado de libros”, “si le quitas los libros… vuelve a ser solo un burro”. Rieron. Pero el primer pensamiento de Pedro fue plantearse que nunca había visto un burro por allí. “Bueno, hasta ahora” dijo para sus adentros de repente; y entonces esgrimió una sonrisa larga y sincera que, aunque allí no importaba mucho, seguramente le dejaba más cara de bobo que nunca.

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