Un experimento.

El primer texto será el "recién salido del horno", es decir, el primer borrador, sin reescritura. El segundo será exactamente el mismo, tras haber pasado por tres revisiones y reescrituras (siempre realizo de 3 a 5). Se debe martillar con el corazón, pero perfeccionar con la técnica y eso quiero demostrar (lo jodido es que mole más el primero que el segundo y se me chafe mi teoría).
Versión 1:
Freak Show.
Es dulce, pero mejor con tropezones.
Los cerdos aúllan cuando les pisan el rabo y por ello lo tienen rizado. El algodón de azúcar me resulta un invento demoniáco: algo tan sabroso con la consistencia tenue de un himen inmáculo, solo puede ser obra del Ifierno.
Todo está planeado para perforar los sentidos: las luces en los cochitos, la música atronadora y anacrónica, las golosinas estallando en el páncreas infecto de críos consentidos, pringados de suciedad, mugre desde la boca hasta los zapatos... la mierda es tan intrínseca a la naturaleza del ser humano que olvida limpiarse en éxtasis marrano, revolcándose del mismo modo que ese animal en un lodo pestilente construido con su odio, su avaricia, su tabaco, su simpleza, su cinismo... le amarra el cuerpo haciéndole costra como una enredadera podrida que parasita sus entrañas... el dinero está cubierto de sangre: ese olor de las monedas no proviene del metal con el que se forjan... las niñas descubren el sexo antes de aparcar su primera muñeca, los dientes de las bestias babean al contacto de un coño impúber, somos boas engullendo el mundo, digiriendo nuestra propia alma desde el rabo hasta la boca, enroscados en el fragor de la miseria, el canibalismo existe, pero los hombres ya no se devoran con grandes lanzas ni se cocinan en ollas en medio de la selva: las personas asfaltan las calles con los cráneos todavía vivos y aun cubiertos de carnes de sus propios semejantes, los peldaños son bebés llorando sin que nadie se tome un segundo en escucharlos, demasiado ocupados en alcanzar la cima, pisada a pisada, con el sonido de las pequeñas costillas crujiendo como millones de microscópicas ramitas retorciéndose iguales a mil gusanos blancos en un pequeñísimo tomate pocho... los inquilinos del infierno hacen chirriar sus dientes para advertirnos del apocalipsis que estamos criando como una madre deforme engendrando un monstruo que duerme en el interior de su útero descascarillado por la bilis y la soberbia... no los escuchamos: su lamente se apaga bajo el masticar de nuestros propios dientes, el vómito de nuestro cerebro abarrotado de sobreestímulos... demasiada televisión, demasiada información, demasiada comodidad... el hombre quien degeneró desde las cuatro pastas hasta caminar erguido, renuncia a su privilegio para ver el mundo desde lo alto y usa su libertad para anclarse en el fondo de un sillón desde el que deja escapar la existencia, el tiempo malgastado escurriéndosele como mocos de bebé cubriendo su piel marchita... porque el peor pecado del mundo no es el incesto, ni el asesinato, ni el suicidio, sino dejar que el conejo blanco llegue antes que nosotros mismos.
Engullen y tragan, tragan, tragan, engullen, engullen y tragan... con desesperación, apresurados, esquizofrénicos, tratando de ahorcar al grillo de sus cabezas en baños de miel, alcohol y adrenalina. Los seres humanos hemos arrasado con el cielo, con la tierra, con el mar, nos sentimos tan acojonados de nuestra desconocida capacidad de distracción que paralelamente hemos construido un mundo ficticio cargado de conservantes, azúcares, grasas, vacas mal de la cabeza, ovejas repetidas, platós de televisión supurando tetas, poyas, culos, coños, cine palomitero donde las roscas se fríen con sangre en lugar de aceite, los coches son cada ves más veloces para llegar los primeros a ninguna parte, el sexo resulta más barato que un estuche de lápices, la comida ya viene prefabricada para no perder ni un solo segundo, la piel que cubre a las chicas de las revistas prácticamente se puede saborear... la vida es una parodia de sí misma y este planeta ya no es un mundo, sino un holograma en el que lo único que importa es conseguir sucedáneos de felicidad que se esfuman en segundos de placer ficticio... el hombre en búsqueda de su propia esencia no ha hecho sino desarrollar todo un elenco de sensaciones construidas entre laboratorios, chips y vendas en los ojos para así sencillamente acostumbrarse a nacer muertos.
La feria llega al barrio: duermo en estos bancos del parque desde hace unos quince años. Hoy es la primera vez que alguien del Ayuntamiento se dirige a mi, me pregunta como me encuentro... antes de responderle me avisa de que esta noche instalarán las atracciones y que no podré pernoctar aquí hasta dentro de un par de semanas. Niños obesas, putas cargadas de carmín haciendo clientela entre sus padres, chicos emborrachándose con cervezas de a cincuenta céntimos el vaso... mañana nadie se acordará ni un carajo de cuanto ha vivido esta madrugada, tan solo les quedará el regusto a ceniza y tristeza intentando recordar el sabor de la felicidad pura, de la vida sin más estímulos que el de pasear, respirar, follar, dormir... ni dinero, ni publicidad, ni trabajos odiosos robándonos los mejores años, porque nada se compra con billetes: todo se consigue mediante los minutos que suicidas día tras día en una oficina repugnante para llenar carros del súper con infartos en lata y cánceres precocinados... tan solo vida, pura y sin aditivos.
No puedo dormir, pero al menos encontraré un montón de comida pisoteada en la calle cuando hayan cerrado la feria... el algodón de azúcar sabe mejor con tropezones.
Versión 2 (tres reescrituras):
Freak Show.
Es algodón de azúcar, pero mejor con tropezones.
Los cerdos aúllan cuando les pisan el rabo, por eso se empeñan tanto en recogerlo. El algodón de azúcar me resulta un invento demoniáco: algo tan sabroso con la consistencia tenue de un himen inmáculo solo puede ser obra del Ifierno... lo rico siempre debería de ser consistente. Todo está orquestado para violar los sentidos: las luces, el ruido anacrónico, las golosinas estallando en el páncreas infecto de críos consentidos, pringados en suciedad, mugre desde la boca hasta los zapatos... la mierda es tan intrínseca a la naturaleza del ser humano que olvida limpiarse durante sus éxtasis marranos, adora revolcarse en su lodo pestilente construido con su odio, su avaricia, su tabaco, su simpleza, su cinismo, una porquería amarrándole el cuerpo haciéndose costra como una enredadera podrida que parasita sus entrañas... el dinero está cubierto de sangre: ese olor de las monedas no proviene del metal con el que se forjan... las niñas descubren el sexo antes de aparcar su primera muñeca, los dientes de las bestias babean al contacto de un coño impúber, somos boas engullendo el mundo, digiriendo nuestra propia alma desde el rabo hasta la boca enroscados en el fragor de la miseria... el canibalismo existe, pero los hombres ya no se comen unos a otros ensartados con grandes lanzas ni se cocinan en ollas en medio de la selva: las personas asfaltan las calles con los cráneos todavía cubiertos con la carne y la sonrisa de sus propios semejantes, los peldaños se construyen con bebés llorando sin que nadie se detenga un segundo para escucharlos: demasiado ocupados en alcanzar la cima, pisada a pisada, con el sonido de las pequeñas costillas crujiendo igual que millones de microscópicas ramitas, bebés retorciéndose como mil gusanos blancos en un pequeñísimo tomate podrido... los inquilinos del infierno se empeñan en chirriar sus dientes para advertirnos del apocalipsis que estamos pariendo, madres deformes engendrando un monstruo que duerme en el interior de su útero descascarillado por la bilis y la soberbia... pero no les escuchamos: su lamento se apaga bajo el masticar de nuestros propios dientes, el vómito de nuestro cerebro abarrotado de sobreestímulos... demasiada televisión, demasiada información, demasiada comodidad... el hombre quien degeneró desde las cuatro pastas hasta alzarse erguido usa su libertad para anclarse en el fondo de un sillón desde el que deja escapar la existencia, el tiempo malgastado escurriéndosele como mocos de bebé cubriendo su piel marchita... porque el peor pecado no es el incesto, ni el asesinato, ni el suicidio, sino dejar que el conejo blanco llegue antes que nosotros.
Engullen y tragan, tragan, tragan, engullen, engullen y tragan... con desesperación, apresurados, esquizofrénicos, tratando de ahorcar al grillo de sus cabezas entre baños de miel, alcohol y adrenalina. Los seres humanos arrasamos con el cielo, con la tierra, con el mar, nos sentimos acojonados de nuestra propia capacidad para la destrucción y paralelamente contruimos un mundo felizmente ficticio cargado de conservantes, azúcares, grasas, vacas mal de la cabeza, ovejas repetidas, platós de televisión supurando tetas, poyas, culos, coños, cine palomitero donde las roscas se fríen con sangre en lugar de aceite, los coches son cada ves más veloces para llegar los primeros a ninguna parte, el sexo resulta más barato que un estuche de azúcar, la comida ya viene prefabricada para no perder ni un solo segundo, la piel que cubre a las chicas de las revistas prácticamente se puede saborear... la vida es una parodia de sí misma y este planeta ya no es de mar y roca, sino de imagen intangible, un holograma en donde lo único que importa es conseguir sucedáneos de felicidad que se desvarantan en segundos, toneladas placer ficticio... el hombre en búsqueda de su propia esencia desarrolla todo un elenco de sensaciones construidas entre laboratorios, chips y vendas en los ojos para así sencillamente acostumbrarse a nacer muertos.
La feria llega al barrio: duermo en estos bancos del parque desde hace unos quince años. Hoy es la primera vez que alguien del Ayuntamiento se dirige a mi, me pregunta como me encuentro... antes de responderle me avisa de que esta noche instalarán las atracciones y que no podré pernoctar aquí hasta dentro de un par de semanas. Niños obesos, putas cargadas de carmín haciendo clientela entre sus padres, chicos emborrachándose con cervezas de a cincuenta céntimos el vaso... mañana nadie se acordará ni un carajo de cuanto ha vivido esta madrugada, tan solo les quedará el regusto a ceniza y tristeza intentando recordar el sabor de la felicidad pura, de la vida sin más estímulos que el de pasear, respirar, follar, dormir... ni dinero, ni publicidad, ni trabajos odiosos robándonos los mejores años, porque nada se compra con billetes: todo se consigue mediante los minutos que suicidas día tras día en una oficina repugnante para llenar carros del súper con infartos en lata y cánceres precocinados... tan solo vida, pura y sin aditivos.
No puedo dormir, pero al menos encontraré un montón de comida pisoteada en la calle cuando hayan cerrado la feria... el algodón de azúcar sabe mejor con tropezones.
Néstor José Jaime Santana

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