Reencuentro

En el estallido nocturno despuntó el deseo. Nada era igual que antaño sino mucho mejor. La indiferencia se había esfumado como un cigarrillo sin ser catado. Se dejaron como se dejan todas las parejas, cuando llegan el hastío, la desconfianza y la ausencia de pasión, a los dos años de convivir. Ella pensaba que estas cosas no pueden pasar. Él, a pesar de todo, nunca pudo olvidarla. Ella, cuando acabó la relación (fue ella quien la acabó) juraba que nunca volvería con él, y él siempre creyó que volvería.
El encuentro fue insospechado, incalculable, casi imposible de ser. Al verse revolotearon mil mariposas de colores y las plumas de las aves que andaban por la tierra, formando una coreografía perfecta con el amor más sublime, al son del ritmo del corazón de ambos. Sin embargo, tras el deseo satisfecho, volvió el hastío y el recuerdo de las palizas que soportó, lo cual consiguió que sus heridas reverberaran, incluso con sangre, lo que fue la causa del fin.
Y como pasa casi siempre, allí quedó todo. Un polvo de recuerdos, un orgasmo explosivo, un reconocerse y nada más. Hasta pronto, hasta nunca, o hasta el jamás, ella supo que no podían recuperar lo perdido y sintió un terrible pinchazo en la espalda, frío, se le nublaba la vista, las voces y gritos de la gente al verla se alejaban más y más...
Él sintió que nunca volvería. Al verla marchar, dijo: Serás mía para siempre. Y la mató.
- Lulú Hidalgo

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