Trapos por balas.

“Todos los soldados oyen las mismas viejas mentiras,
los cadáveres siempre han atraído a las moscas.”
Ernest Hemingway.
Gracias a esto valoro bien un colchón.
Si los judíos hubieran escapado desde Siberia hoy pensaríamos que lo extraordinario es que el hielo no se hubiese roto bajo el peso de cientos de personas, pero nadie se sorprendería ante la idea de una masa de agua partiéndose en dos: al fin y al cabo a diario existe algún río, lago o laguna que se abre por la mitad, de veras, no solo está científicamente comprobado, sino que basta con usar un poco el sentido común, ¿te has fijado en el movimiento de arrastre que tiene el mar cuando llega hasta su horizonte en la arena? Cuando el agua llega a cierto punto de la orilla su propia fuerza le obliga a recular… ahora imagina un mar frente a otro, cambia mar por afluentes, digamos dos charcas, también con fuerza de corrientes, entre ambas un pedazo de tierra: al llenar llegan hasta el punto X chocando un bloque de agua contra el otro durante varias horas al día y cuando vacían sucede lo contrario, dejan de tomar contacto la una con la otra dejando aparecer en el centro un pedazo de tierra imperceptible durante la subida… ¿no daría la sensación de que “el mar se está abriendo por la mitad”?
Todos los críos católicos del mundo llevan un crucifijo el día de su comunión y en mitad de las manos de Jesús te encuentras con dos boquetes por los que pasaría una sardina adulta atravesados por un par de clavos gordos… ¿has pulsado alfileres contra la superficie de algo pesado y frágil, por ejemplo el celofán de una piñata cargada de golosinas? Se desquebrajaría, igual que las palmas de Cristo: en realidad le martillaron las muñecas… El mar de Judea realmente es un lago y Lázaro simplemente estaba en estado catatónico o tal vez andaba con una borrachera de cojones y a los evangelistas les pareció mal marketing decir la verdad: “Llegó Jesús, tiró un cubo de agua helada sobre la nuca de su amigo y le dijo Lázaro, espabílate y anda, carajo”.
Desde luego creo en los milagros, los veo a cada momento, aunque también estoy seguro de que no dependen de sí mismos, su grandeza no reside en el tamaño de su hazaña y de hecho son algo extraordinario, pero justo por ese motivo un milagro es tal en función de tres factores: perspectiva, momento, utilidad… cuando esta noche llegue a casa desde el trabajo, la perspectiva que tendré al ver esa cama en el momento cumbre de mi cansancio sabiendo que su utilidad es poder tumbarme en ella sin ni siquiera cenar o haberme quitado la roña con el estropajo, créeme, ese colchón, ese conjunto de telas rasas, gomaespuma y madera me resultarán un puñetero milagro, más que cientos de egipcios ahogándose bajo la supuesta ira de Dios… es curioso esto de las perspectivas sobre las que hablo: los judíos consideran voluntad divina, interpretan como un derecho racial, social e histórico el haber expropiado Palestina a los moros, en cambio cuando el enano cabroncete consideró un derecho racial, social e histórico pasarse por la piedra a los suyos del ’39 al ‘45… amigo, eso ya no les pareció tan divertido, aunque sinceramente, me la suda ponerme a pensar quien tiene más o menos razón en su lloriqueo: lo único que me preocupaba cada día era acabar mi jornada para llegar a mi cuarto, sacarme la ropa y acostarme hasta mañana sobre ese verdadero milagro, un milagro puro y más aun partiendo de la base de que en aquel momento andaba sobre un pedazo de cartón viejo, arrugado por el paso del tiempo y los culos que se han posado sobre él, docenas, cientos, miles –es una empresa antigua-,cubierto por tantas capas de sudor que cada día está húmedo así hayan transcurrido horas desde la última vez que alguien se recostara sobre él. Somos una cuadrilla de ocho, yo soy el único con un pedazo de cartón bajo las nalgas, los demás andan arrastrando las nalgas por montones de picón… supongo que para ellos mi trozo marrón es un milagro.
Uno en concreto me llamaba la atención, un tipo antinatura, jamás le vi dar un parpadeo, sus ojos eran secos como el calamar que se cuece sobre el fuego en Navidad, dos bolas lechosas con una mancha marrón rodeando la anécdota negra en el centro de su esclerótica. Por lo visto había sido sargento de artillería, chusquero, bueno lo equivalente a chusquero en tiempos sin guerras, un tipo sin estudios más allá de lo que hiciera para aprender a tocar panderetas y tambores: sus primeros años de militar los pasó en la banda del ejército, más tarde le cambiaron sus funciones, estuvo en el extranjero, en misiones de paz o algo así y continuaba ascendiendo simplemente por tiempo, sin esfuerzo, igual que un ficus que choca contra el techo sin intención alguna, tan solo por inercia. Ganaba un par de miles al mes: ahora anda aquí, conmigo, cabeza con cabeza en este agujero de una playa en la que se ahogan los peces, un conjunto de hierros que forman la potabilizadora desde la cual todos –ingenieros, oficiales y peones como nosotros dos- luchábamos por desalar, depurar, limpiar en nuestro loco afán de proporcionarle H2O apto para el consumo humano a esta isla en la que sobra tanto el agua como los avariciosos, aunque créeme que cuando se me reflejaba la nómina en el cajero del banco me importaba un cojón si los niños podían o no beber agua del chorro: en cuanto veo mis 691 euros solo pensaba en los cabrones de las facturas, en la compra del mes, en el pequeño calcetín que me estaba haciendo y en qué bar iba a gastarme el resto ya desde el primer viernes–trabajaba los sábados también: los jefes saben bien que iríamos resacados, algunos incluso borrachos todavía, después de todo ellos también huyen de sus mujeres, sus propios superiores, su propia vida sobre el taburete de un pub abierto hasta mañana… ese es el motivo por el que en el primer sábado de mes se repartían las tareas más suaves y daban permiso para estar en casa al mediodía… los jefes lo saben bien…-. En resumen, estoy convencido de que para la hormiga lo más importante cuando lleva azúcar al refugio no es que las larvas tengan alimento con el que nacer fuertes, sanas, útiles para la comunidad… lo que les interesa es llenar su propio buche, pero sinceramente, me da igual cuáles sean sus motivaciones: una hormiga egoísta trabajando por su propio estómago es más productiva para el conjunto que una hormiga filósofa, política o sindicalista que se dedica a engordar con la contribución del resto mientras no pega chapa discutiendo acerca de qué es más justo para el hormiguero… las hormigas que pintan, escriben, cantan… tampoco me resultan del todo agradables, quizás por eso me gustan más los músicos callejeros que los pasados por el conservatorio… amigo, la técnica no solo es necesaria, es imprescindible, pero un libro, un poema, una canción, un cuadro que nazca única, exclusiva, simplemente desde la técnica, la ópera, el cómic, el graffitti que no esté recubierta por visceralidad y experiencia, por hambre y dolor, por rechazo y frustración… no es más que un manojo de repetición mohosa, quizás bonita, quizás vendible, pero rancia, aburrida, sin valor… la técnica sin experiencia es igual que cáscaras de naranja sin gajos en el interior.
Allí nos encontrábamos, cada uno con nuestra propia historia, nuestro pasado único, nuestro motivo particular por los que andábamos cociéndonos entre motores de turbina a casi 60º enfundados entre monos de hasta ocho centímetros de grosor… todo diferente, exclusivo, personal, excepto los culos: las nalgas son idénticas, aunque unas muerdan la tierra, otras el cartón, algunas la cama… con un poco de cabeza y mucho de cojones pasas tu culo de un estadio a otro con relativa velocidad… también faltaba una pizca de paciencia en esa ecuación… sí, también puedes pasar tu culo de un peldaño a otro sin esfuerzo, incluso saltar de la tierra a la cama en un cuarto de azulejos con aire acondicionado simplemente sabiendo sobre que poya sentarlo por el camino… prefiero un culo lleno de callos que uno lleno de desgarros, tal vez terso y precioso, pero un culo que ni siquiera me pertenece…
Allí andaba nuestro par de culos, el militar y el crío, yo tenía 17 y era mi primer trabajo serio: en esa época llevaba algunos meses a media jornada limpiéndale la mierda a los demás en la cocina de un restaurante cualquiera, mis viejos andaban mejor que hasta hacía un par de años y hacía las 20 horas divididas en tres jornada, así que tenía tiempo de sobra para mis pajas, mis amigos y mis intentos de follar: podía vadearme bien mis gastos de haber continuado fregando platos, pero creía necesitar un coche, ya sabes, ese tipo de cosas por las que nos cubrimos de úlceras el estómago hasta sangrar por cada orificio para solamente cuando sean una realidad proyectada más allá del deseo darnos cuenta de que hemos hecho una completa gilipollez sudando como ratas, hipotecando nuestros cucos, robándole calidad al presente continuo para al final ser propietarios de un montón de cacharros que se rompen siempre el día antes de vencerse la garantía y que nos resuelven la vida como máximo en un 10% de todo lo que pensábamos que nos harían felices… la mayor cagada del hombre nacido en la opulencia del norte y el oeste, igualar felicidad a comodidad: sustentamos nuestros lujos sobre la necesidad del ajeno miserable para al final construirnos no más, no menos que un castillo de alambres espinosos que se nos cierran cada día un poco más contra el alma podrida entre los excesos de nuestra avariciosa necedad… el hombre se hizo una llaga hace tanto tiempo que incapaz de curarla solamente sabe meterse cada vez más dedos hasta que en el fin de los tiempos termine por estallar cubriéndolo todo con más dolor, más sangre, más aburrimiento… ¿sabes algo? hoy en día malcomo con lo que rasco sumando mi trabajo en la puerta de la discoteca y las migajas que me da mi arte, pero sin embargo soy inmensamente más feliz que en aquella época de los 17 años en la potabilizadora, más feliz que cuando juntaba un par de miles ejerciendo de comercial –luego vino un curro de profesor, por fin lo mío, solo dos años, después más platos, más bloques, más barras de bar…-,más feliz que un gnomo sin troles, ¿porqué? pues porque he descubierto que no necesito ningún coche.
Nunca olvidaré al exsoldado ni la conversación que tuvimos la mañana de los cartones. Del mismo modo que algunos judíos se pegarían de ostias por cruzar el mar los primeros, alguno incluso ahogó a su propio hermano para asegurarse un puesto en la tierra prometida –las personas tendemos a creer que el mar no es lo bastante grande, aunque naveguemos en la Vía Láctea sobre una cáscara de nuez-,de la misma forma ocurría en la potabilizadora los días de turno partido en los que nos matábamos por tener un trozo de cartón sobre el que apoyar la espalda y ese día yo fui el más rápido… pero estaba mal visto apropiarse de él para el desayuno y el almuerzo: si lo usabas en el primer parón de la mañana más te valía cederlo para la hora de comer. El sargento me dio el primer aviso.
-Mira, esa cartón no te lo vayas a adjudicar por la tarde… advertido quedas.
-No, joder: al mediodía que lo coja otro.
-Vale.
Seguimos comiendo, mirando a la charca –así llamábamos al pozo de aguas fecales donde tirábamos los restos de combustible y líquidos de limpieza quienes formábamos la cuadrilla de limpieza industrial… era sin lugar a dudas lo más hermoso que había visto en mi vida: yo sabía que no, pero a las 9:00 de la mañana con tres horas de trabajo a mis espaldas y otras siete esperándome, siempre me lo parecía-.Nunca hablábamos como si temiésemos que el descanso se saliera entre los silencios de cada palabra, así que mejor permanecer del todo callado para que nada pudiera salir, ni el tiempo, ni la intimidad, ni la fuerza… ese día rompí el tabú.
-¿Porqué dejaste el ejército?
-¿Cómo?
-Dicen que eras soldado y…
-Soldado no: sargento de artillería, cuarto batallón.
-Bueno, eso quería decir: militar, ya sabes. En cualquier caso cobrabas una pasta, ¿porqué lo dejaste para limpiarle la mierda a la potabilizadora?
Se quedó callado durante varios minutos, tantos que me di cuenta de que jamás iría a responderme… me equivoqué, gracias a Dios me equivoqué.
-¿Alguna vez has visto un niño partido por la mitad?
-No.
-Pues yo sí, en Serbia: por eso estoy aquí, limpiándole la mierda a la potabilizadora.
Seguimos con el desayuno. A la tarde le di el cartón. Mientras terminaba mi bocadillo de aquella mañana la charca jamás me había resultado ser tan hermosa. Me cago en la puta: cuanto me alegro de saber que no necesito un coche... Ceci n'est pas une pipe.
Néstor José Jaime Santana.

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