Putas.

Sabía que iba a follarme desde que cruzó el umbral de la medianoche. Su pelo es un espantapájaros en sí mismo, de las tetas solo disfruté sus tremendas aureolas pasando la lengua por cada grieta usada, infinitas carreteras chamuscadas por millones de mordiscos y por su vagina se habían deslizado demasiadas salchichas, seguramente el doble, triple de gordas que la mía. Besarla fue como meter la lengua en un cenicero usado lleno de moscas muertas. Así todo, ella sabía que me iba a follar, porque las putas saben que no nos vuelven locos un par de tetas descomunales, ni los culos prietos, ni tampoco penes rocosos… la mayor excitación son ojos desafiantes mirando directamente a los nuestras, una mirada tan monstruosa que evitas perderla de vista imaginándola como un tigre traicionero capaz de chuparte el alma con sus pupilas si giras la espalda.
Su piel es verdosa, cubierta por tatuajes antiguos, probablemente hechos en la cárcel durante los ’80, los labios apenas poseen ya color y sus dientes oscilan fantasmagóricos del amarillo tabaco al negro mugre… Todo comenzó con un pañuelo: me lo pidió para limpiarse la sangre sobre el labio, exigió que se lo diese sin apartar su vista ni un segundo de mis ojos, penetrándome con sádica paciencia como la cuchara de un niño en el pastel de su comunión.
-Sabes, es que me han pegado hace poco y todavía me sangra.
-¿Tu marido?
- No, otra tía, ya sabes, asuntos.
-Imagino.¿No estás casada?
-Lo estoy, pero solo sobre el papel: en mi cama mando yo y en mi coño nadie me gobierna. Ahora tenemos una relación más bien de negocios. ¿Y tú?
-No, tampoco.
-Si tuvieras novia, se pondría celosa de que estés trabajando aquí cada noche, puede ser eso, ¿verdad?
-Supongo.
Lunes, Martes, Miércoles… cada noche venía al bar, me pedía una botella pequeña de cerveza y se sentaba durante horas hasta que surgiese el cliente adecuado: vendía sexo y cocaína… es irónico como ambos polvos son capaces de pudrir totalmente el cerebro hasta licuarlo en tarros de extenuación y pérdida del sentido, especialmente los primeros: por los culos, por las vulvas, por los penes se han perdido imperios, empuñado las armas e incluso abandonado amistades… el mundo no flota en la inmensidad del cosmos rotando sobre su eje por causa de la fuerza gravitacional: este planeta gira apoyado en un cipote absurdamente gigantesco que le gobernará eternamente y si existe la monogamia, se debe a que con mucha suerte entre polvo y polvo descubres a un ser humano alrededor de esa entrepierna… hasta que llegue la persona adecuada, respirarás, sufrirás, morirás, trabajarás todo con el enfoque de sumarte al tiovivo de las sábanas mojadas por flujo, semen y esputo.
Nunca sabré si ella era una de esas personas alrededor del coño, si valía la pena para algo más de una corrida o si me quiso al menos los diez minutos que supe aguantar… pero le debo mi vida… Sus venas se contoneaban sexys, lujuriosas, desafiantes a lo largo de aquellos brazos prácticamente translúcidos al sol de los fluorescentes. Jamás la vi en pantalones largos: cada noche lucía orgullosa tres o cuatro moretones frescos en forma de mordisco, bofetón o chupetazo a la altura de sus nalgas, eternos, si los mirabas fijamente incluso sonreían con vida propia… los mostraba del mismo modo que las muescas en la culata de un revolver: soy puta, puedes golpearme tan duro como desees y volveré a por más, porque ¿sabes una cosa? yo soy quien te posee, soy yo quien te folla, soy yo quien te viola: tú pones los billetes porque me deseas, mientras que tú para mi no eres sino el trozo de carne interponiéndose entre mi estómago y tu cartera… yo, puta, soy la deseada, quien te alcanzará hasta algo parecido al amor en menos de quince minutos, la que te arrojará de su cama una vez que llenes el condón, pero no tienes ninguna clase de control sobre mi: sin tu dinero no eres más que un fracasado sin autoestima ni seguridad incapaz de echar un polvo ni encerrado con doscientas mujeres comatosas… así era ella, fea, prácticamente calva, no ocultaba su condición de drogadicta y, desde luego, debía doblarme la edad… pero deseaba estar dentro de ella más que la manzana en el culo de un pollo, simplemente porque follaba a todos quienes pudieran pagarla, pero únicamente a mi me desafiaba con la mirada.
-Nunca habíamos hablado de nuestras relaciones.
-No me gusta hablar mucho con los clientes.
-Ya tenemos algo en común.
Vacía su cerveza. Tomo una servilleta antes de coger los restos desllenos del vidrio: no tocaría a piel desnuda ningún objeto que haya rozado su saliva… desearía dejarme meter su lengua en cada caries con tal de sentirla mía por un solo segundo.
-¿Te paga bien la jefa?
-Tengo un fijo y algo de comisión por las copas: en eso tú no ayudas mucho.
Se ríe.
-¿Te gustan las borrachas?
-Me gusta ganar dinero. Si he de estar cada noche en un lugar que odio, al menos espero poder llenarme los bolsillos.
-En este país la mayoría vive de ese modo, entrando a bares, oficinas, tiendas, fincas que detestan pensando que se consuelan cada fin de mes pajeándose mientras leen los números en la nómina… todo es un placebo de la felicidad hasta que el día 3 andan sin blanca por culpa de las letras, la comunidad, los críos y la compra. Puedes elegir dedicarle muchas horas a algo que odias y morir de pena o invertir poco tiempo en algo que odias menos, incluso amas y morir de hambre. Yo escogí lo segundo.
-¿Amas follar con desconocidos, matarles con tus drogas?
-¿No lo haces tú cada vez que te tiras a una niña mona de las que entran por aquí y conociste dos horas antes?¿Mata menos cada copa que sirves a los taxistas y los guagüeros? Lo que nos diferencia a ti y a mi, querido, es la ley… y que yo soy más lista: gano más y soy mi propia dueña.
Me mira callada: siento que me viola, soy una tortuga asustada a quien un niño coloca panza arriba dejándola cocerse contra el sol. Da igual cuanto haga, es inútil que pretenda escapar lavando vasos, recolocando las botellas… me persigue con su mirada camaleónica.
-Lo siento, no debí juzgarte.
-No pasa nada, cielo … ¿Hoy cierras tú?
-No.
-¿A qué hora sales?
-Cuando llegue la dueña.
No paran de entrar clientes… ella solo se detiene en mi… la mayoría no son más que desgraciado, los “sin nada que perder” acudiendo a su cita de cada madrugada, emborrachándose hasta que echamos la verja del local para empatar desde primera hora con sus trabajos, con el colegio de sus hijos, con la cama junto a sus mujeres… les detesto, más que ellos a sí mismos y me asquea cada jodida palabra que me escupen imaginando que el vaho de sus sílabas me habrá infectado eterna e irreversiblemente con el virus de la mediocridad… les odio al mismo tiempo que les lleno las copas hasta el borde, soporto sus impertinencias, sus faltas de respeto gritándome de una punta a otra del local, tomo su dinero cargado de mocos y sífilis, todo con una gran sonrisa entrecortando mi cara… ¿quién es la puta del local?
La miro fijamente. Me incorporo en la barra. Trato de besarla y, sin quitar su mirada fija, asesina de mis ojos, me detiene la boca con los cayos de su palma.
-Aquí no, ahora nunca.
Por fin llega la jefa. Discutimos sobre el número de copas que se han vendido, como ayer, como hoy, como mañana… me paga de menos, aun a sabiendas de que yo tengo la razón… la odio… le doy las gracias… le digo adiós mientras le sonrío.
La prostituta sale tras de mi. Me invita a un cigarrillo que ya está chupando. Lo cojo.
-Sabes que vivo en esta calle, por eso convertí este local en mi oficina.
-Lo imaginaba.
-¿Quieres verla?
La acompaño. Llegamos pronto a su piso.
-No hagas ruido y pasa a mi cuarto, es por la izquierda. Mi hija está durmiendo al lado, ten cuidado.
Me desnudo. Me tumbo con mi poya de tamaño medio sobre unas sábanas cargadas de espermatozoides secos, fosilizados por la culpa y el tiempo. La oigo lavarse los dientes. Sale desnuda del baño. Su cicatriz de la cesaria sobre esa barriga fofa me obliga a imaginar un mero obeso y podrido abierto casi en canal de la boca hasta la cola… justo con la primera arcada, su lengua recorre el interior de mis mejillas, choca con la mía que parece un filete crudo sin conocimiento… a ella le da igual, hoy soy yo la puta… nunca he dejado de serlo.
Cuando por fin consigo empalmarme, sujeta entre sus manos huesudas el pene.
-No me quedan condones. ¿Tú tienes?
-Nunca los llevo al trabajo.
-No importa.
Me toca: no es lo mismo que follar, pero por hoy me vale, al fin y al cabo es una puta haciéndomelo gratis… para un fracasado vendido que incluso agradece que le roben de su sueldo y que reza para no perder el peor trabajo de la ciudad, es un logro indescriptible… ¿de qué me quejo si incluso me deja correrle la boca?
Se limpia con mi blusa y me la lanza.
-Vete ya: son las 4:30 y en dos horas tengo que levantarme para darle de desayunar a la cría.
-Ok.
Me pongo la blusa cubierta con mi esperma. Calzoncillos, pantalón, zapatos… salgo de allí triunfante, creyendo que soy alguien, tal vez un hombre. Jamás veré a esa puta de nuevo. Mañana no volveré al trabajo.
Néstor José Jaime Santana

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