Juicio (Sección "Lluvia de piedras")




Los guerreros solo podían hacer una cosa mal: perder la batalla. Sin embargo, ellos las habían ganado todas. Por eso no entendía lo que estaba pasando; por qué lo señalaban como a un monstruo, cuando había cumplido con sus funciones y obedecido perfectamente cada orden.

Las lluvias de piedras, que en otros momentos les causaban risa, ahora caían con inusitada fuerza sobre su espíritu. Golpeaban fuerte con su forma de palabras justicieras, escupidas por gentes que nunca estuvieron en primera línea de fuego; gente que nunca tuvo un compañero herido; personas que no se jugaban nada; mientras ellos ponían continuamente en riesgo su vida por garantizar la seguridad de sus familias y las de ellos.

Combatió todo ese tiempo el terrorismo y ahora lo acusaban de terrorista, señalando cada error que se cometió en sus filas como si fuese de él y lo repitiera como un sádico cada día.

El alma estallaba en su cabeza. Sus ojos se negaban a abrirse a un mundo que lo rechazaba, que lo humillaba. Necesitaba que todo acabara ya.

Anteriormente, creyó que no era inconveniente que no hubiese estudiado, porque estaba cumpliendo una función fundamental, y seguro que ese no era el problema; todos los mandos superiores eran gente estudiada y ahora también se les acusaba igual. Sabía que toda la entereza que mostraban era fingida.


Le ordenaron decir la verdad y fue lo que hizo. Sus superiores no se quejaban de él: si enseñas a un perro a no pisar lo fregado, no te extrañes que no de un solo paso en la calle cuando haya llovido.



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