El francés (Sección "Lluvia de piedras")
Era
aún muy joven cuando sus amigas descubrieron que había una fórmula natural para
que les crecieran más los pechos. Aunque nunca fue capaz de articularlo
públicamente, estaba dispuesto a afrontar el riesgo de quedarse ciego. Siempre
por el bien de sus más queridas amigas y por ese vicio inconfesable que
empezaba a asomar en silencio.
Cuando
eran un poco mayores, alguien dijo que aquello era fabuloso para evitar el
dolor de muelas; él añadía que no había nada tan bueno para superar la tortura
de las muelas del juicio. No entendió nunca por qué, odontólogos y otros
hombres, se dedicaron a desmentirlo sin base científica o estudios de campo serios.
Después,
se empezó a hablar de los beneficios incomparables para la piel; y todo el
mundo pareció contento y de acuerdo en aceptar con naturaleza que, un producto
tan humano, jamás sería rechazado físicamente ni produciría nuevos casos
alérgicos.
Pero
ahora, los estudios sobre la articulación de la mandíbula de aquel maldito
francés, tiraban por tierra la posibilidad de disfrutar de un gozo catalogado
ya como la sexta maravilla de los nueve placeres naturales.
Por
eso, según su confesión, se acercó y descargó en él su pistola con rabia.
Comentarios
Publicar un comentario