Diez años (Sección "Lluvia de pieras")



Sus lágrimas fueron irrefrenables y brotaron a chorros. Todo el mundo se lamentaba admirando el sufrimiento de aquella mujer “¡tanto tiempo después!”. En el décimo aniversario de su viudez, ella tenía un remolino de pensamientos que no la dejaban centrarse.

Compartió diecisiete años con su compañero (ahora sumaban veintisiete), eso fue suficiente como para ser su viuda eterna. Todos se negaban a olvidarlo, como si no quisiesen ceder las llaves de la cadena que lo amarraba al mundo de los vivos y le vetaran el descanso eterno; y ella tuviese que cumplir la pena de acompañarlo para siempre, aunque fuera en su continua ausencia, "para toda la vida".

Por eso no podía mantener relación alguna. Si se enamoraba, si algo empezaba con otra persona, lo rompía inmediatamente; consciente de que su mundo, de que las personas de su mundo, no se lo permitirían. La habían condenado a ser la viuda de él perpetuamente.

Ahora, lloraba desconsolada; porque le habían robado toda posibilidad de rehacer su vida, de compartirla estrechamente con cualquier persona que no fuese aquel muerto, inválido para amarla más desde hacía tanto... Se consolaba con aquella especial libertad para llorar fuerte y nada más.


Si pudiera lo mataría otra vez, pero desde pequeño, antes de que se conocieran.



Pedro M. González Cánovas








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