"Lluvia de piedras" (A primera hora)
El ruido de la
cocina lo despertó. La imaginó, con una de esas camisetas tan largas y ceñidas
que a menudo se quedaba corta y descubría cuerpo más arriba de sus fabulosas
piernas, con su olor a mañana y tan servicial como cada día.
Él, caliente y
desnudo en la cama, quiso pensar que el resultado de su erección era por algún
sueño que había tenido, donde ella era protagonista. Cuando no estaba, oler
cualquiera de sus prendas hacía que su corazón se desbocara. Era totalmente
consciente de que cada día esa fiebre por ella crecía. Temía que supiera de sus
sentimientos y al mismo tiempo deseaba que fuera así.
Recordó cuando
amanecía en su cama. Cuando ambos se daban calor sin tapujos en la inocencia de
la más tierna infancia; y cómo la rechazó, sin que se ofendiera, cuando su
revolución hormonal pasaba a lo físico. No se sintió ofendida, aunque él
-ahora- consideraba que tenía todo el derecho a echárselo en cara.
Cuando aquello,
aún vivían sus padres y ella no se había operado: aún era un chico.
Pedro M. González Cánovas
Pedro M. González Cánovas
Comentarios
Publicar un comentario