Callejeando Suburbalia 3: Eire.

El lugar estaba concurrido, mucho humo, escuchaba carcajadas, murmullos donde apenas distinguía algunas palabras sueltas en varios idiomas, el local estaba abarrotado de mesas y sillas en una disposición un tanto anárquica, Azul buscaba a alguien tropezó con varios conocidos pero no se limitó más que a dar algún beso, y saludar desde lejos con la palma de la mano.
Fijo su mirada en una mesa cercana al baño unisex -que hacía las veces de lugar de encuentros sexuales como de vomitorio- en la mesa una mujer de unos cuarenta años con el pelo castaño y la mirada verde enterrada en un vaso de algún tipo de alcohol, Azul cogió una silla cercana y se sentó poniendo el respaldar hacía adelante, la mujer de mirada verde clavo sus pupilas en los ojos negros de Azul.
-¿Ya te has enterado? –Su voz tenía una leve ronquera-
-No hay muchos secretos por aquí, ¿bebes para olvidar o para recordar? –Menciono Azul de manera calmada.
-¿Qué diferencia habría pequeña Azul?
-Olvídala.
-¿Vienes al gato para decirme que me olvide de ella? –Azul hizo una seña al camarero, este ya sabía que servir, Azul era cliente habitual-
-Y para echarme una copa.
-La chica del ron seco, como tu carácter.
Al poco el camarero vino con el correspondiente ron con dos, servido en un vaso de tubo y dos hielos.
-No te lo agries tu Eire, aún estas a tiempo.
Dio un sorbo del vaso, le guiño su ojo izquierdo y le sonrío, a Eire se le humedecieron un poco los ojos.
-¿Te has visto con mi editor verdad? nada de lo que piensa tu cabecita en sin un propósito.
Azul se levantó con gesto serio.
-Si no valoras el gesto, no tengo porque estar contigo. –Azul dio un barrido visual- esto está lleno de conocidos.
Cuando Azul se dispuso a marcharse Eire se enjugo las lágrimas.
-Perdona Azul quédate.
Azul cogió un cigarrillo de un macuto negro que siempre solía acompañarla.
-Ahora háblame de cómo te sientes, tenemos el tiempo del mundo y el alcohol interminable del gato, mañana pasa la resaca y pasado olvídate, escribe es tu labor, el mundo no puede perderse tus historias, y esa es tu maldita función.
Eire soltó un bufido, alzo su copa y brindaron.


Continuara…

Adolfo Ibáñez-Batista

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