Trabajo a casa.

Besando su boca era inevitable describir de un modo sumamente gráfico un gigantesco pene deshaciéndose en mil penes más pequeños igual que una cáscara escurriéndose grotesca, eróticamente alrededor de un plátano… así todo, los años de relación me obligaron, incluso sintiéndome un verdadero hombre afortunado, a seguir chocando mi lengua contra la suya. Era sumamente delgada, cuando al estómago no le queda más por chupar que las proteínas del músculo, los pelos iban descolgados asimétricamente blancos y negros sin formar jamás el gris hasta un poco más allá de sus hombros, los pechos dos parodias seniles, la edad rondaría década y pico por encima de mis años… era incapaz incluso de una manera física de parar nuestro beso… todos –su piel, el sofá, las cortinas- olían a polilla mohosa: súbitamente sentí cuatro manos de cuatro colores de cuatro notas musicales acariciando su piel al tiempo que las mías, mientras dos ojos miraban, una boca glotona me engullía el orgullo… aun en aquellas circunstancias deseé devorarla a lametazos empezando con la zona rasposa –por el tabaco- de su paladar. Fue ella quien se detuvo en seco.
-Lo siento.
-No te preocupes: me ha encantado.
-¿No te asquea pensar en los otros?Esta tarde ya van dos.
-¿Sientes náuseas porque hace dos horas mi boca estuviera en vagina ajena? Tú coño, yo pinga, tú cobras, yo gratis… tú profesional, yo igualmente puta.
Se sonrió, ni burlona ni divertida, tierna, la mejor de las sonrisas, la imposible de fingir, evitar o contener: cuando escuchas la palabra adecuada tus labios no pueden evitar derretirse a la inversa, desafiar del todo a Newton para curvarse espesos hacia los rabillos del ojo, tu boca de repente se transforma en un débil cordón al que el mismísimo Dios toma por los extremos y arranca hacia su Trono toda la alegría, felicidad, hermosísima vulnerabilidad descarnada y yo, quien ha dicho las letras en el orden, entonación y momento justos, me regusto en el privilegio de haber sido la carabina con que se disparó tu expresión muscular de la emoción más deliciosamente pura, la felicidad, esa que hasta los bebés con menos seso que un gato joven son capaces de expresar… Inmediatamente yo también tuve el apetito de hacerme crema de guirlache sobre un pastel marmolado… me desplomé lindo como un tallo de hierba deslomado contra el resto del césped permitiéndome caer en un abrazo sobre su torso manoseado por cienmilyunhombres y, sin embargo, totalmente inmáculo cuando horas más tarde metí su pezón en mi boca. Sumidos entre brazos de calamar fue ella quien retomó la palabra… habrían pasado a lo sumo cuatro segundos –no estoy seguro, pero de estar equivocado sería por haber añadido tiempo-,pero cuando acuchilló la ausencia de sonido con su voz crujiente padecí la sensación de regresar desde un coma profundo y largo.
-Realmente yo tampoco pienso en las poyas, ¿tú lo haces?
Me sonreí, en esta ocasión condescendiente, un de los más repugnantes sentimientos humanos.
-Bueno, es que a mi no me gustan las poyas.
Rio, de un modo franco, castigándome por mi prepotencia.
-Qué agudo… te pregunto que si te llevas el trabajo a casa, eres albañil, ¿tú piensas en martillos cuando estás en casa?
-No señora.
-Yo tampoco pienso en poyas, ni en coños… menos cuando beso a un hombre por primera vez desde los quince años.
Deduje que se refería al sentimiento y, ¿sabes una cosa? me sentí enormemente celoso, esquizofrénicamente celoso, esa envidia enfermiza por la que durante una vida o un cuanto –sea en la medida que sea, ese momento existió para la eternidad- deseas matar, destruir o peor aun, ser, el foco que provoca tu envidia… yo elegí la más patética, la número tres y durante te aseguro que bastante más de un cuanto, deseé fervientemente ser, no en pasado simple ni compuesto, “SER”, el tipo al que besó con aquellos quince años antes de ser una prostituta. Pareciera que descubre mi odio hacia aquel propio muchacho.
-Tranquilo: tus besos son mucho más ricos.
Reímos ambos, por turnos: mi puta triste primero, luego yo.
-No queda nada por hacer, ya he acabado.
-Pues nada, ya te pagué por adelantado el primer día, así que adiós, supongo. No creo que te vea por el club, esto ha sido diferente.
-No, no me verás… bueno… te quiero.
-Te extraño.
Salí de allí y en menos de seis pasos ya andaba llorando: no invertí ni una jodida lágrima cuando murió mi padre, me separé de mi mujer o mandaron a mi hijo a pegar tiros en no se que país… en cambio me paso dos semanas, tan solo han sido suficientes catorce días, instalándole la cocina a una puta y me deshago como una niña que acaba de perder sus calcetines de colores… en fin: pensaré que esto solo ha sido trabajo y lo dejaré para siempre en ayer.
Néstor José Jaime Santana

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