Lo único real.

Es la mujer más sumamente bella que hubiese observado jamás, contoneándose sin gracia, ritmo ni compás, solo una vieja con maquillaje recargado y casi medio litro de ginebra zigzagueándole su sistema límbico, nervioso, sanguíneo, movimentando los flecos desacompasados sobre su vestido del chino que ella sueña como seda tejida a mano por los propios Versace y Dior, apenas sesenta bocas, bostezando, oyendo sin atención sus chistes verdes, sus canciones antiguas, sus oropeles de bisutería chocando entre sí, más falsos que la propia tela simplemente porque en sus cabezas retrasadas el arte solo existe enclaustrado en museos, en libros, en teatros: quieren conocer la vida limitándose a contemplar momias… el público puede llegar a resultar tan sumamente patético que si el motivo del arte no fuese el de hacer sentir a su creador como un jodido dios embriagado mientras lo realiza, descubrirle lo sumamente miserable, lejos, paródico que ha estado en su obra con respecto a la idea original que el artista prendería fuego a todo lienzo, partitura, papel, cuerda, kimono… en su alcance decepcionado por la ineptitud del 40% del público –minoría, pero así todo excesivamente defraudadora- con mayor interés en presumir de que acudieron a ver un musical de Nueva York que en disfrutarlo, seguro que muchos hasta pagan la entrada sin intención de asistir a la función, solo con el fin de enseñarle el resguardo a sus amigos gordos y frustrados, alimentándose de la fatuidad de sus críticas recíprocas, cobardes señalando con el dedo toda innovación, cualquier provocación, la más mínima estela de cambio simplemente porque ellos se sienten incapaces de hacerlo… el hombre teme lo desconocido, pero más aun le aterran los semejantes que se despellejan, luchan, desangran, pierden la razón, el amor, la salud, la cordura, el equilibro, acaban irreversiblemente sonados, grandiosamente alejados de la lógica común, grandes hombres, mujeres, descuartizando a golpe de atrevimiento sus carnes fofas, la de tanto imbécil cohibido ante la brillantez… hombres mediocres anclados en su círculo cálido, esa conformidad delimitada por la mezcla de miedo y vagancia: eso es lo que más teme el hombre mediocre, la grandeza de sus congéneres que deciden destacar a golpe de guerra y dolor, romper moldes, sufrir ridículos, ser ellos mismos, abejas en lugar de enjambres, perros en vez de manadas… el hombre mediocre les teme y les odia, porque esos perros vagabundos les recuerdan lo patético de su normalidad… a los hombres mediocres les da pánico mirarse en el espejo de quienes sufren hambre, desamor, frustración constante y que tras años dedicados a escalar paredes lisas cuyos asideros hacen a golpe de sus manos desnudas revestidas en cayos, constantes, esperanzados, dolidos, pero siempre con el objetivo bien definido, llegan a ser algo superior a los dioses: auténticos.
Así es ella, la mujer más verdadera que he visto nunca sobre un escenario, la mujer con mayor feminidad, talento, desparpajo a pesar de su gigantesca poya oculta bajo los flecos de su vestido a mis ojos colosalmente hermoso, de un maquillaje que considero exquisita, milimetradamente colocado sobre su cara, cantando peor que muchos, bailando lo justo para resaltar su torpeza, pero sin embargo, por la fuerza y amor, apasionado amor que transmite sobre el escenario de este ridículo restaurante en medio de la noche soporífera, congelada, es el mejor espectáculo –al menos que yo recuerde- que haya tenido el placer de observar en los últimos quince años.
Es otro de los tantísimos transformistas de este archipiélago: no tiene ni la mejor voz, ni el mejor repertorio, en cambio lo compensa de un modo tan grácil con su ahínco por satisfacerse a ella misma sin buscar ni importarle los aplausos de un público atónito acostumbrado al arte de garrafón que atraviesa con magnánima mortalidad a cualquiera de sus compañeros de profesión… Me jode –creo ser capaz de echarles ácido sulfúrico en su puta cara de pazguatos sin la menor culpa- observar como de las diecisiete mesas, cerca de sesenta persona contemplado el espectáculo, no llegan a veinticuatro quienes prefieren echarle un vistazo dejando al margen por unos pocos minutos sus platos de ensalada, bistecs, copas de vino… apenas son diez los que deciden premiar con sus choces de palmas los ingeniosos gags, el esfuerzo, los destellos de grandeza en el canto de esta mujer con la poya más grande que haya conocido en mi vida.
Egoístamente lo prefiero: de este modo siento que la diva actúa solamente para mi –yo saldré al escenario (soy cómico) en poco más de quince minutos, pero hasta entonces ejerzo de espectador privilegiado en primera fila-,padezco ese morbo de la exclusividad, el autoengaño de pensarme único sabiendo que cada viernes y sábado realiza el mismo espectáculo, en el mismo local, prácticamente ante el mismo público… me importa un carajo: en medio de esta jauría de caras apáticas estoy yo muriéndome por besarla como si fuera una modelo de tetas gigantescas con no más de dieciocho años, atractiva y ninfómana –se lo comento a mi mujer quien se ríe de la ocurrencia-,sin esperar a mi turno, más bien deseando que jamás llegue para disfrutar un poco más, siempre un poco más, de esta mujer que no tiene coño, de un espectáculo privado realizado frente a cinco docenas de personas, de canciones versionadas entre gallos y flemas por alguien que no es su autor original… espero que esta noche no acabe jamás: la vida es cierta solo cuanto más se aleja de la realidad para acercarse despreocupadamente a las vísceras de la pasión.
Néstor José Jaime Santana

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