El pequeño Dios.

En sus ojos parecía que el diablo le hubiese escupido lava hirviendo amalgamada con tierra seca, su páncreas trataba de atravesar la carne rancia y si le lamías el lado derecho a la altura del hígado corrías el riesgo de caer en delirium tremens… No era el borracho del barrio, solo el drogadicto, por eso casi todos le tenían algo de asco e incluso se permitían el lujo de recriminarle su adicción, sin excepción: las gordas enganchadas a los cotilleos matutinos mientras se inflan a café ardiendo como asfalto reciente, todos esos desgraciados que pierden una jornada completa saliendo a fumar en los rellanos de la oficina, los borrachos sociales… todos… De haber sido un bebedor nato, un pequeño alcohólico sin rehabilitar con mirada de cabrito destetado entonces le tendrían lástima, le lanzarían trozos de cariño, pedazos de compasión, atisbos de charlas conciliadoras igual que monedas a los gladiadores divirtiendo con su miseria a un palco de ignorantes… pero si eres capaz de meterte cuatro centímetros de acero ardiendo atravesando piel-carne-vena –en el colmo de la desesperación alguna arteria, aunque eso suponga el desmembramiento quirúrgico- ahí, amigo mío, estás perdido: te convertirás en la diana de todos los juicios, el canario en la jaula que empequeñece la magnitud de nuestros propios vicios… si quieres parecer delgado sin mover un solo músculo, rodéate de gente gorda, ¿un sexsymbol? ve de cacería con adefesios y si necesitas que tus coqueteos con la cerveza, las rayas solo en fines de semana o tus incursiones en coñitos extramatrimoniales parezcan travesuras infantiles, nada mejor que un yonqui en la ciudad, un buen picoso al que poner a cristo cuando te pillen pecando, alguien al que poder pasarle la pierna por encima si lo encuentras en la acera, recriminarle que te pida un poco de dinero y así poder inflar tu ego herido por falta de cojones a la hora de enfrentarte con tu jefe, tu esposo, tu socio… cuando a un niño le reprenden duramente, una de esas llamadas de atención tan duras en las que llorando silenciosamente preferirías que tu padre te diera un par de hostias en vez de continuar dardeándote en el centro de tu amor propio, ese niño suele pagarla con el perro, dándole un buen tortazo, un grito, un tirón de orejas… y la comunidad también busca a sus propios canes a quienes apalear: el desahogo es necesario para espíritus vagos y soberbios que se niegan a aceptar su podredumbre, mucho menos a buscarle un remedio… ¿hay paro? culpa de tanto extranjero, ¿suben los impuestos? culpa de tanto parásito recibiendo ayudas, ¿mi mujer no quiere follarme más? culpa de la menopausia… todo es mejor que salir a buscar empleo, quemar los ayuntamientos, dejarte de tanto fútbol, cerveza y cochinillo, bajar de peso, comerle les tetas por sorpresa a la parienta… en este país el segundo deporte más practicado es echarle la culpa al prójimo… el primero es la autocompadecencia.
Por eso necesitamos yonquis, cada tarde en la misma esquina, la del supermercado, apelando a la mala conciencia de quienes salen con el carrito lleno, suplicando por los restos caducados de la mercancía sin vender al final de la jornada. En mi calle lo tengo a él: creo que hoy fue la primera vez que intercambiamos palabras. Jamás me pide un duro, lo cual, siendo sinceros, me hiere el orgullo: debo parecer un maldito muerto de hambre… En fin: hoy fue el día, debía de estar desesperado.
-Perdone ¿puede comprarme una botella de ron?
-¿Ron?
-Sí, ron, por favor. Hace años que no lo pruebo.
-¿No prefieres comida?¿Incluso dinero?
-Estómago cerrado/me lo gastaría en caballo.
-¿Y si te invito a un cubata? Hay un bar aquí mismo.
Mi mujer me tiró de la chaqueta, ¿de verdad me estaba planteando seriamente el comprarle una botella de alcohol a este tipo? Su alegato es demasiado manido: si quiere lujos que trabaje, demasiados gastos primarios -¿se referirá a la televisión por satélite, a los videojuegos de los críos?- como para andar pagándole vicios a los demás.
-De acuerdo, te la compro, ¿oro o blanco?
-Blanco, por favor, el amarillo me da jaqueca.
A día de hoy sigo dando gracias porque la parienta no llevara un destornillado plano: estoy convencido de que me lo habría clavado justo en el centro de la carótida, tan profundo que no hubiera podido deshacerme de él ni con garras de oso.
Entre a la tienda, compré la botella, incluso me invitó a un trago: bebimos un poco de la botella y me largué a casa entre reproches, críticas en susurros de las viejas, quejas del encargado del super.
-Señor, ¿se da cuenta de que con esto lo anima a estar día y noche en la puerta?
-No creo, solo al alcoholismo. ¿Me dirías lo mismo si la compro para trajinármela en mi propia casa?
-Cada uno hace lo que desea en su propia casa, pero esta es la mía.
-¿Puedes andar con la poya al aire por la frutería, mearte en la mortadela de los embutidos, al menos rascarte los huevos?
-Por favor, compórtese, no sea grosero.
-Está bien… dime algo,¿qué estudiaste?
-A.D.E.
-Pues en vaya universidad de mierda debiste de sacar la carrera. Algo falla en la educación cuando un hombre se siente como en su hogar en una propiedad que no es suya en la que todos le odian por ser el jefe y en la que debe pasar ocho horas diarias más turnos solo para poder llenar escasamente la despensa, el tanque del coche, las arcas de los de la luz y el agua. No hay nada de lo que enorgullecerse en enriquecer a terceras personas en un puesto esclavizante, por muy bien que lo desempeñes.
-Lo que usted quiera, pero si vuelve a darle alcohol a ese hombre dentro o en los alrededores de nuestra instalación, le prohibiremos la entrada.
-Tranquilo, no volveré jamás, pero dígame una cosa.
-¿El qué?
-¿Piensa que a este hombre le viene mejor mi botella de ron o una temporada desintoxicándose?
-Lo segundo.
-Dígame otra, ¿si encuentra una gotera en plena madrugada, se pone a empastar el techo o coloca un caldero bajo la fuga, se tapona los oídos y hasta mañana?
-Lo segundo otra vez, supongo.
-Muchas veces hay que poner parches antes que remiendos cuando algo anda roto, sobre todo si es algo del alma. Este hombre no va a ir hoy a ningún centro, en cambio va a pasar una noche realmente asquerosa si no se echa un trago… y bastante tiene ya con lo suyo.
Al final me largó de allí como se tira a la basura un paño de cocina sobresaturado de grasa. Me importa un carajo, a pesar de que no follé aquel día, de que ese tipo no fuera nunca a desintoxicarse –ahora me pide dinero irremediablemente en cada encuentro-,me da exactamente igual: posiblemente contribuí al lento suicidio de un hombre que ni siquiera es consciente de que ya está muerto, pero sinceramente, volvería a hacerlo… nos pasamos la vida cometiendo juicios de valores cuando tal vez hubiera bastado con tomarse un trago de ron hace sabe Dios qué tiempo con ese tipo, atender sus preocupaciones y tal vez –no es seguro, pero el riesgo vale la pena-, con ello poder evitar que hubiese llegado a reventarse cada órgano del cuerpo igual que una cabeza de mosca llena de pus chocando contra la ventana del dormitorio… el mundo sería un lugar más feliz si de cuando en cuando cambiásemos los sermones por tragos de buen ron: joder, si incluso en las iglesias reparten vino para todos.
Néstor José Jaime Santana

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