Pétalos.

Su variz azul me obliga a imaginar un chimpancé saltando de árbol a rama colgado desde ella. Anaconda gorda, mortecina, tal vez una arteria en el ayer, atravesándole la carne desde el principio de la cadera hasta el menisco, el muslo por completo pariendo estrías de obesidad, drogas y resentimiento.
Cada miércoles, cada viernes, mis días de visita, la descubro tumbada a lo romano en ese sofá simulando glamour –nos empeñamos en acicalar el vicio cuando sería más sencillo limitarnos a aceptar su belleza intrínseca-,ocho patas quebradas sosteniendo un amasijo de cuero sintético, celulitis, sudor, agriedad, resignanción… la mujer y el mueble se confunden como libélulas apareándose en pleno vuelo, las colas y las cabezas entremezcladas en un ovillo de infinito, desafiando a la gravedad al mantenerse suspensas mediante alas opuestas. Siempre embutida en un anacrónico traje de leopardo que le comprime la grasa, una vena de cerdo enclaustrada en su malla: el erotismo se termina de esfumar cuando abre los sobacos dejando ver las pelotillas negras descendiendo entre chorros de sudor. Jamás se quita los tacones, he llegado a soñar que duerme en ellos. Unos pechos descomunales, gigantescos, a menudo me asquean: imagina tomar un flan caducado hace dos semanas, fuera de la nevera, sin cuchara, sorbiéndolo directamente del plato… ahora imagina que ese dulce viscoso no te cabe entero en la boca… añádele unas pelusillas que pinchan… así son sus tetas blanduzcas, imposibles de chupar, lamer, follar: las rusas parecen un gato hidráulico si la metes entre ese canalillo… Es mi puta favorita, no puedo remediarlo y como tengo eyaculación precoz siento que soy su mejor cliente –yo daría la cabeza por cobrar la misma cantidad trabajando menos de la mitad… nada del doble de billetes por trabajar lo mismo: la mitad del tiempo a cambio de la misma paga e incluso un poco menor-.Veo tras sus chichas, degusto más allá de sus dientes amarillos-fumador carcomidos por el crack y el tabaco, me emborracho con su flujo no chupándolo, sino sintiéndolo en mi cara reposada contra su pubis tras correrme dejándola contarme historias de su juventud, sus abuelas, sus cinco perros… al enamorarte el sentimiento no surge solo hacia el alma de la otra persona, también tomas afecto por su anecdotario debido a que nadie quiere gastar su vida al lado de una buena persona, sino pasarla junto a una gran historia.
Yo, en cambio, a su lado parezco una paja a medias hecha con muñones. Tengo un 2% de grasa muscular, acné adulto, gafas que solo puedo quitarme para dormir –ni siquiera cuando me ducho por terror a echarme lejía sobre los huevos en lugar de champú-,el cáncer de mi laringe hizo estragos con mi voz… aun así logré casarme, me abandonó –no la juzguen: no fue por mi monstruosidad, sino por mi complejo… a uno no le importa cuidar de enfermos, pero es exasperante soportar víctimas-y así que me di a las putas, donde conocí a estos 150 quilos de ingente grasa, casquería y buenos cuentos tras follar, joder poco, mal y pronto.
Me acerco hasta ella con las flores… me siento en el butacón de enfrente… no dice nada, me mira sin sonrisa, con asombro en su mirada… comienza a reír, nada de sutilezas: carcajadas francas dejando asomar su campanilla manchada con motas grisáceas.
-Chico, ¿qué me traes ahí?
-Son flores.
-Ya lo veo… me refiero a qué me traes oculto en sus colores.
-Amor.
Vuelve a reír. Pensé que me correspondería al no tratarla como carne… me engañé, culpa mía, no de ella: después de todo voy le pagaré para echarle un polvo, con ramo o sin él, así que los símbolos son muy bellos, pero la realidad es que en cuanto nos metamos en el cuarto va a ser mi carne, solo mía, durante una hora entera. Me imagino lo absurdo de ir al matadero y regalarle un anillo de compromiso a la vaca antes de convertirla en albóndigas.
De repente se levanta, me abraza, me descompone, figurada y literalmente –tiene brazos de boxeadora en el retiro, pura fuerza bruta enclaustrada entre colgajos-.No se si me ha leído la razón o bien quiere ser amable.
-Hoy guárdate tu dinero, no quiero follarte, solo el coito… tras correrte despacio dentro de mi, ni cara, ni culo, ni tetas, con el condón puesto, pero dentro, después de haberte corrido con ternura entre el interior de mis muslos, aceptaré tus flores… Eres mi cliente favorito.
-¿De veras?
-Al menos hoy, ¿con eso te basta?
-A los hombres que valen la pena les resulta suficiente con el hoy.
Néstor José Jaime Santana

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