¡Cállate!

Impresionantemente veo solo cuando cierro los ojos, al menos aquello que realmente me importa medio comino, aunque en mi vida haya visto un comino, de la misma forma que no he colmado un vaso con una gota, sentido la ayuda de Dios cuando madrugo… vomitamos palabras sin ni siquiera conocer su utilidad, del mismo modo que pisoteamos almas como alfombrillas de ducha con no mucha más culpabilidad que la de partir por dos a un gusano mientras engullimos la manzana. Tan solo quería que cerrar los ojos un minuto, un segundo, un jodido espacio de tiempo tan pequeño que aun no tiene nombre, sentir las ampollas de mi espalda supurando contra el colchón sin sábana –las ha vuelto a cagar-,las vértebras estallando burbujas de líquido sinovial que me obligan a preguntarme de qué material estará hecho el líquido amniótico, porque tal vez entre lo necesario para mantener a un feto con vida y lo pertinente para mantener la espalda con una mediana dignidad la única diferencia sea la nomenclatura, por mucho que los médicos se empeñen en dividirse entre millones de especialidades… estás enfermo, punto, es lo único que importa: a la hora de la práctica es casi igual un catarro que un cáncer, sobre todo para los sanos, para aquellos que cuidan del enfermo, porque los sanos no se preocupan sobre si deben limpiar sábanas de mocos, de sangre o de sudor: las meten sin más en la lavadora… un hombre con plena salud no se siente precisamente aliviado por salir a comprar jarabe para la tos en lugar de analgésicos para los dolores contra la quimioterapia: la putada de que te despierten con gemidos en plena madrugada, ponerte unos pantalones horribles, unas sandalias sobre los calcetines como cualquier paleto alemán en las playas del sur e ir hasta la farmacia, demasiado cerca para usar el coche, lo suficientemente lejos como para desear estar en silla de ruedas por al menos quince minutos y deslizarte hasta ella sin esfuerzo, eso seguirá siendo siempre igual de jodido independientemente del porqué… Así que no me vengas con estupideces manidas sobre lo fácil que resulta cerrar los ojos que si me estoy acomodando, tampoco con patrañas de que si voto a este en lugar de aquel, ya sabes, esos asuntos de la diestra-la zurda/el rojo-el azul… conseguiré una mejor sanidad, ni se te ocurra intentar hacerme creer en que poniéndome de rodillas para llamar telepáticamente a mi amigo imaginario en busca de consuelo seré complacido con la comprensión del sufrimiento y, por ello, incluso disfrutaré de él –para conseguir deleitarte a través del dolor de un enfermo o eres un psicópata o has sufrido una embolia, pero nunca una epifanía mística-y, desde luego, no uses esa asquerosa frase de “te comprendo”, ¿qué demonios vas a comprender?¿porque has leído unos cuantos libros, estudiaste psicología o tuviste un hermanito que murió tras dos años sufriendo leucemia? Cierra el pico, por favor, cá-lla-te… no hay política, no hay Dios, no hay empatía… lo único que existe ahora mismo son unos cuantos minutos de calma porque mi mujer se lo ha llevado de paseo en su sillita y yo puedo tumbarme sobre la cama aun sin limpiar a disfrutar del silencio, así que te suplico que no lo interrumpas: todos los imbéciles pretenciosos del planeta piensan que han de decir la frase de oro para hacerme sentir mejor… solo los verdaderos sabios, a menudo borrachines, mi sobrina pequeña o mi vecino el repartidor de pizzas que no para de leer en sus ratos libres, saben que es suficiente con guardar silencio, cerrar el pico, simplemente estar ahí, sentados, frente a mi, completamente absortos por el mutismo y solo si yo decido mover la lengua, la mayoría de las veces no para explicar, desahogarme ni siquiera quejarme sobre mi situación, a lo mejor tan solo comentar lo mucho que me gustan las nalgas de mi esposa, quizás que me planteo darle una mano de pintura al techo, cualquier gilipollada que me haga olvidar lo doloroso de mi circunstancia, entonces y solo entonces, tú sigues callado, escuchándome, sin más… eso sí que denota sapiencia monumental, el silencio, permanecer callado prestándole tus oídos a un hombre desesperado en mitad del vacío para que al menos durante un par de segundos sienta que no está tan solo y que el mundo no es un lugar tan horrible… cuando ese hombre te pregunte algo sobre tu trabajo, tu familia, tu novio o cualquiera de estas trivialidades, ahí puedes, DEBES, intervenir, porque solapadamente, sutilmente ese hombre te está pidiendo ayuda que lo rescates lanzándole un cuerda gruesa y resistente, porque su cerebro, su dolor, lo están empujando de nuevo al fondo del aljibe… pero, zorra, por favor: ni se te ocurra abrir la boca intentando animar a este hombre con un hijo que padece parálisis muscular completa, cerebral casi del 80% hablándole de política, religión, filosofía y, desde luego, no tengas la poca vergüenza de decirle que hace mal por cerrar los ojos un momento, tomar una botella de cerveza congelada y dormir un par de horas cuando tendría que estar limpiando las sábanas que su hijo ha cagado por segunda vez en el mismo día… tan solo sienta el culo delante de ese hombre con los labios totalmente unidos, las orejas a su entera disposición y limítate a callar.
Ella intuyó que necesitaba un respiro, el motivo de mi amor hacia ella: no porque me corresponda incondicionalmente, tampoco por esas estupideces de que es mi alma gemela o de que tenemos una complicidad tan exquisita que hasta asusta a terceras personas… la amo simplemente por ser capaz de cargar al chico, ponerlo en su silla de ruedas y sacarlo a pasear sin pedirme que la acompañe, tan solo porque sabe que tras ocho horas barriendo la calle bajo la multitud de millones de fotos de estrellas muertas hace eones –soy basurero: ayer me tocó turno de noche-,una mañana de vómitos y diarreas, lo único que necesitaba son dos horas, no más, para mi solo… simplemente 120 minutos de una vida y ella me los concedió sin decirle una palabra para pedírselo: un beso en la frente antes de salir y nada más.
Suena el portero: vuelvo a abrir los ojos –lo peor no es verla, sino el olor de la mierda impregnando la habitación al completo… tardará dos días enteros en marcharse-,me levanto con la boca almidonada por culpa del sueño interrumpido, contesto.
-Soy yo, ¿quieres que suba?
-Sí, claro.
Mi amigo el pintor, de cuadros y de paredes: lo primero por pasión, lo segundo por llenar el buche. Nos damos un abrazo cuando le abro la puerta. Lleva un pack de seis, frío y listo para beber: lo guarda en la nevera. Vuelvo directamente a la cama. Él se sienta al borde.
Cuando abro los ojos otra vez, las sábanas están completamente limpias, huele a pino cagado por culpa del ambientador, mi hijo dormita en un rincón, mi mujer está acurrucada junto a mi.
-¿Volviste ya?
-Hace por lo menos cuatro horas.
-Joder… ¿y porqué no me despertaste?
-No hacía falta.
Me plantó un diminuto beso en los labios. Se da la vuelta y me coloca la palma de la mano en su teta izquierda, mi favorita… la estrujo con más ganas que si fuese un melocotón maduro.
-¿Y mi amigo?
-Se marchó.
-¿Cuándo?
-Cuando llegué con el niño, llevaba aquí una hora según me dijo. Dice que te bebas tú las cervezas que ya lo invitarás tú a él otro día.
Sube hasta mi casa para pasar un rato conmigo y no solo no le hago puñetero caso, sino que me duermo en su cara y me bebo su alcohol… por eso es mi mejor amigo.
Y eso es lo que tengo en mi vida: una mujer que me comprende, un amigo completamente sabio, un hijo al que adoro… no podría ser más feliz aunque lo intentara.
Néstor José Jaime Santana

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