RELATOS DE VERANO EN SUBURBALIA. MADAY Y MAGEC. JUAN FRANCISCO SANTANA.




En la memoria de mi Memoria, ha tanto, quedaron grabadas, indeleblemente, historias
narradas por seres otrora cercanos, hoy alejados por el egoísmo de un Crono insensible que
me dejó desolado, abatido y bañado en lágrimas, pero tan lleno de inolvidables recuerdos
de seres cubiertos de negro y de mágicas sendas, que conducían al fondo de las miradas,
recorriendo el contorno de sus caras. Una de aquellas historias, cuentos les llamaban los
que las escucharon de antepasados que a su vez las mantuvieron como secretos que les
unían a los ancestros más alejados, encierra un acto de amor supremo, un enamoramiento
inexplicable para la razón pero que al escucharla queda como una especie de señal
identitaria de una familia, la mía, que fue capaz de transformarla en inmaterial patrimonio.
Me dejaron el encargo, los seres dadivosos, de que también yo la contara a los que
siguieran las sendas de mis pisadas y, como podrán comprender, he cumplido con una
promesa, si así se puede llamar al encargo que recibió el niño de pelo rizado, el amante de
aventuras inusuales, hecha bajo la calidez de un Sol que, aminorando su vital poder, sirvió,
en las horas del mediodía, de fiel testigo de aquella inesperada entrega que siempre debería
transmitirse. Rememoro el momento, tan lleno de nostalgia, cuando me inculcaron el amor
a las piedras y a los árboles y a los matos del entorno, a los lagartos y a las aves que ya no
surcaban los cielos que en mis ojos depositaron la luz que todo lo llenaba de dicha.
Maday era el nombre del protagonista y su tez era blanquísima, tanto que la fuerza de
Magec, en la estación más luminosa, era algo que su piel no podía soportar y de ahí que
cuando todos se doraban con los rayos del poder de los poderes Maday tenía que cubrirse
con una especie de pamela que su mamá había confeccionado con piel de cabra. Cuentan
que Magec se entristeció porque Maday era un joven servicial y lleno de valores
solidarios, tanto que era admirado por todos, una especie de símbolo y llegó un día que el
venerado por todos se apiadó del joven que desde muy joven vio partir a sus padres,
víctimas de un andancio que diezmó la tribu de la Montaña Sagrada. Cuando Maday
llegaba a un lugar, en el tiempo de la Beñesmén, Magec aminoraba el poder de su luz, su
cálida fuerza disminuía en pro de protegerle. Sus ojos negros brillaban como el fuego de
las hogueras y su voz era tan peculiar que hasta los milanos se posaban, cerca del lugar en
el que se encontraba, como si entendieran sus mensajes, siempre llenos de respeto por todo
lo que le rodeaba, semejantes, animales, plantas, e incluso la tierra y las piedras que en
derredor se encontraban.
Aquel amor hacia los otros y hacia todo lo que a su alrededor se encontraba no sólo
enamoró a Magec sino que trascendió Canaria, la isla que le vio nacer, a través de viajeros
y curiosos, de mercaderes que llegaban del norte y del este, y fue por ello que Juba, rey de
Numidia y Mauritania, quiso conocer a Maday y llegó, con su séquito, a Canaria, en la
primera década de nuestra era. Fue tal la admiración que el joven de la tez blanca produjo
en el monarca que le adoptó como hijo y se lo llevó con él, dándole la consideración de
representante real en el norte de Mauritania, no sin antes prometer, a los que le veneraban,
que un día volvería a su isla.
En tierras del norte de África permaneció unos doce años y allí se casó con Cleopatra, hija
de Juba. Con el paso de los años la magua, tan típica del isleño que se aleja de sus tierras,
le invadió y volvió a Canaria, al guanartemato de Atamarasaid y allí fue nombrado
guanarteme, conocido como el Guanarteme Blanco. Entre otros logros, consiguió
aumentar las relaciones comerciales y pacíficas con Roma y también con Mauritania,
consiguiendo unos años de florecimiento cultural y donde las Islas Afortunadas
interesaron, entre otros, a historiadores romanos de renombre. Fue Maday el que logró que
las naves romanas y de otros pueblos del Mare Nostrum llegaran a las islas en busca de
orchilla, lobos marinos y sangre de drago y así su nombre fue un reclamo para los pueblos
que se aventuraron a ir más allá de las Columnas de Hércules llegaran a las Islas
Afortunadas. Su nombre se perdió, no los encontramos reflejado en ningún documento
escrito, pero en mi familia todos lo hemos conocido y espero, y deseo, que su historia se
socialice y el nombre del Guanarteme Blanco, Maday el protegido de Magec, se convierta
en patrimonio y orgullo de todos los canarios.
Según mis antepasados, mi bisabuela Victoriana tuvo mucho que ver, esta es la historia de
Maday, conservada de generación en generación desde tiempo inmemorial, al que el sol
del verano le hacía sufrir, produciéndole dolorosas quemaduras, y para evitarlo el astro rey
fue capaz de humanizarse, sorprendido por los valores de aquel noble ser humano, y así
liberarle de la fuerza de los rayos que de sus ojos surgían en época veraniega.



                                                                                           Juan Francisco Santana

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