Matria (Sección "Lluvia de piedras")
Con
el cuerpo ensangrentado y chorreante de sudor, con mil dolores
encima, el guerrero llegó al borde del precipicio; no se sabe si por
casualidad, huyendo de sus perseguidores, o buscando concretamente
aquel lugar. Se giró y miró desafiante al nutrido grupo de
invasores que, si bien no estaban a distancia de apreciar el fuego de
sus ojos, leyeron en la atlética silueta una postura amenazante. Se
dio la vuelta de nuevo y arrojó el único banot
que le quedaba
contra los barcos extranjeros que fondeaban allá abajo; a demasiada
distancia como para que el arma pudiera alcanzarlos.
Sin
volver a mirar atrás, sin dudar un instante, retrocedió dos pasos y
tomó una loca carrera para lanzarse al vacío al tiempo que gritaba
«¡Vacaguaré!».Los
extranjeros ya habían visto esa escena. Los nativos se sacrificaban
para no rendirse ante sus enemigos, cuando ya no podían más, al
grito de «quiero morir» en su propia lengua. «Eran gritos tan
sonoros que pareciera que se les escapara el alma por la boca, justo
antes de destrozar su cuerpo contra el fondo de los acantilados por
donde se despeñaban».
Un
chiquillo aborigen que paseaba por la costa fue testigo de la otra
cara de la escena. Vio como un valiente guerrero se arrojaba a los
brazos de Magec para
unirse a la Madre Tierra. Al grito de «¡Quiero regresar dentro de
Madre!» (Vacaguaré)
se ofrecía de sacrificio, para que sus restos alimentasen la
vegetación y así renacer en el alma de arma de madera y fortalecer
su nación.
Los
invasores sabían lo que dejan atrás y seguían huyendo hacia
adelante: ni ellos mismos imaginaban lo lejos que podían llegar.
Aunque lo que de verdad desconocieron
siempre es
cómo estaban armados sus enemigos y cual es
su apego a la tierra sobre la que caminan.
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