LANCE TABÚ. SPAGHETTI INCIDENT



Había cargado las lavadoras. La secadora estaba a punto de terminar. Sobre la mesa había gran cantidad de ropa de cama para planchar. La maquinaria desprendía un calor que condensaba la sala de lavado. Por momentos podía ser bochornoso. Encendió la máquina de planchado. Después de varias horas de pie, consiguió terminar parte del pedido de la residencia aunque faltaba mucho por acabar. Entre el sonido de continuo y discontinuo de las lavadoras, se entreoía una radio que acompañaba la jornada. Cuando terminó, se duchó en el trabajo. Recogió su uniforme y se fue al coche.
Por el camino pensaba en lo poco que veía a su esposa. Los horarios del trabajo hacían que no se vieran de forma regular. Según llegó a casa puso la lavadora y pensó en lo irónica que es la vida mientras la miraba girar. Se acostó en el sofá y levantó las piernas durante un rato mientras oía la televisión. Nada fuera de lo común. Noticias varias. Se levantó y preparó los ingredientes para hacer pasta. Se acordó de su esposa, quiso preparar pasta para dos y mientras trajinaba en la cocina, la pensó desnuda, exuberante, bella. Adoraba su cabello recién cortado con su nuevo color plata. Dejó todo preparado, cogió dinero y las llaves. Salió de casa y entró en un supermercado pequeño a pocos metros. Compró toda la pasta que vio en diferentes formatos: espaguetis, macarrones, lazos, raviolis... También salsas de tomate y albóndigas con tomate. Repitió la acción en varios comercios y llegó con varias bolsas atestadas. Nada más llegar puso a cocer toda la pasta. Hizo una gran salsa y calentó las albóndigas.
Cuando llegó su esposa, ella afirmó que olía bienísimo. Él le sugirió no entrar en la cocina y que se ducharan juntos. Se secaron mudamente y se encaminaron a la cocina desnudos. La invitó a que se acostara sobre una manta doblada sobre la mesa y que le sirviera de bandeja. Sonaba el álbum Spaghetti Incident de los Guns n’ Roses. Una vez que se tendió, él de manera artística fue colocando los espaguetis, los macarrones, los raviolis y por encima mucha salsa con albóndigas. Pidió permiso para comérsela. Ella reía a carcajadas por las cosquillas. Él se la fue comiendo poco a poco, lamiendo cada resquicio de su cuerpo. Las risas se entonaron suspiros entrecortados cuando el clítoris fue su plato. Luego se dieron de comer con sus puños llenos. Se echaron por encima la pasta y se embadurnaron. Vivieron aquella rareza como si fuera su último encuentro. Decidieron no hacer vídeos, ni fotos. Decidieron que aquello quedara grabado en sus retinas, que fuera parte de su histórico.


Celia Sánchez

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