Humo en Sudán - Contraverso
A
aquella kandaka
cuya
ira nada aplaca
apuntan
francotiradores,
regalos
de Occidente.
A
aquella kandaka
rodeada
de su gente
no
le horrorizan los horrores
nacidos
de la boca
del
fusil del Estado,
su
pueblo masacrado
las
banderas recoloca
para
que sepa el tirano
que
no hay ser humano
-porque
la muerte lo toca-
que
tiranice mil años
a
un pueblo tan bravo,
porque
a un mito, al fin y al cabo,
nada
puede hacerle daño.
Se
inmiscuye el faraón,
gabachos
y sajones,
hay
mahomas en los salones
sangrantes
de la Nación;
pero
el pueblo no teme a nada
y
se niega a hacer ovación
de
democracias adulteradas,
construye
barricadas
y
entierra a sus muertos
que
son semillas para el huerto
floreciente
del mañana.
La
kandaka sube al techo
resbaladizo
de un coche,
con
sus manos de la noche
encanta
al pobre maltrecho,
señala
al tirano,
señala
a sus sucesores
-que
son sus hermanos-
por
iguales, peores.
Pasan
los días en el calendario
y
llegan los salvadores
de
intereses civilizados:
Janjaweed
¡mercenarios!
Se
encienden los horrores
hasta
ahora acallados.
El
pueblo, esperanzado,
vence
la resaca
turbia
de este Estado,
toma
de nuevo la calle
y,
para que no desmaye,
les
canta la kandaka.
Las
kandakas cargan la cruz
del
valiente pueblo del Kush.
(Fuente de la imagen: https://www.cartoonmovement.com/cartoon/57183)
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