Contraverso. El linaje del color
yedra que no se pega al muro,
tiene mal futuro
El
corazón del artista, atemporal
habitación
de las ideas, comedor
de
ejemplos, metáfora del azul genial,
base
de la comunicación superior,
hoy
se ha personado en un viejo artesano
que
su proyección ha querido transportar
más
allá del tiempo estrictamente humano.
Transportar
el dorado renacentista
que
fluye de su pincel, muy suavemente
sin
dejar ni un blanco que se le resista,
plasmando
lo que está plasmado en su mente.
Bonampak
tirita por su azul-maya ideal,
el
color divino es visible a la vista
y
frente a él, una paloma se siente quetzal.
Cansado
de rendir humilde homenaje
a
la terrible llegada del acto final,
quiso
romper del reloj los engranajes
y
dar a los minutos el golpe letal
que
en su prole le prolongara por siempre,
así,
sin esperarle, su sombra echó a andar,
un
carboncillo, claroscuro que siente
sobre
su ser las tenazas de la vida.
Así
su hijo copió su tesón, su estilo,
usó
su nombre y su gloria merecida
se
proyectó al futuro sobre el ruin filo
de
la muerte. Nadie supo nada, nadie
sospechó,
aunque su mente estaba en vilo
¿cuál
era su identidad? ¿Él era alguien
al
margen de sus ancestros, del linaje
que
marcaba con despotismo sus pasos?
Acabando
su vida, al final del viaje,
vio
en su existencia una sucesión de trazos
sin
sentido, trazo de color desnudo,
cincuenta
mil elegías y un mensaje:
ni
existe el mensaje ni existe el escudo
en
el que rebote la letal alabarda
del
acto final. Su hija bajó el telón,
pintó
pieles rosadas y sombras pardas,
plasmó
a Paris, a Pirra y Deucalión,
nunca
se desvió del camino marcado
por
su abuelo. Escuchó las mismas czárdás,
orquestas
y cuartetos que en el pasado
escuchó
el propietario de su firma impropia.
El
mundo plasmado en la mente del ayer
se
transmitió trazo a trazo y copia a copia,
día
a día suponía el mismo quehacer,
pero
el reflejo infantil también se extinguió.
Le
sucedió su hijo, como debía ser,
pero
al mirar el mundo empalideció:
ya
no quedaban prados ni carros de heno,
había
lluvia, vapor y velocidad,
realidad
a la que su abuelo era ajeno.
Solo
un recuerdo de la premodernidad,
clamó
Luis, parándose a pensar un rato.
El
pasado había criado en su seno
un
nuevo y fabril paisaje: Il quarto stato.
Varias
generaciones lo hicieron después,
recreando
una realidad inexistente
hasta
que la sociedad perdió el interés
y
su arte ya no impresionaba a la gente.
Murió
aquel viejo, con trescientos años,
porque,
querido lector, como puedes ver
el
paso del tiempo nunca cede a engaños.
Porque
ni el azul ni el verde ni el dorado
son
vistos igual en diferentes ojos,
lo
que hoy es rosado, antes era rojo:
¡se
decoloran los ideales pasados!
(Fuente: https://www.pinterest.es)
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