Sombras familiares (Sección "Lluvia de piedras")
Por culpa
del paro cardiorrespiratorio que lo mató retornó a las vidas de sus familiares.
Cuando lograron identificar al cadáver, su familia no podía creer que después
de tanto buscar al viejo estuviera viviendo en la misma ciudad que ellos.
Dos
años después de fallecer su mujer, su compañera de toda la vida, desapareció
él. Pensaron que se podía haber caído, que le podían haber pegado hasta
matarlo, que una laguna mental -propia de su edad- le podía haber alejado de su
hogar, o que tuvo cualquier tipo de accidente. Lo buscaron durante años, hasta
el agotamiento.
Regresó
a la ciudad con miedo, sin saber si aún lo extrañaban. De todas formas, su
apariencia física había cambiado mucho, fruto del precio de la libertad, el
desgaste de la calle y el paso del tiempo.
Se
alojó, junto a otras personas, en la casa okupa donde lo encontrarían muerto. De
allí salía, cada mañana, y se dedicaba a vender clínex en el semáforo que
frenaba a los coches de sus hijos mayores, camino del trabajo.
Él los
veía y ellos a él no; nunca lo miraron a la cara ni lo ayudaron económicamente.
Sin embargo, el menor, que no tenía trabajo y era considerado la oveja negra,
se paraba y le hablaba en medio de la calle. Aunque lo llamaba por otro nombre
-porque no lo reconocía- lo respetaba, le daba algo de dinero de vez en cuando
y lo miraba a los ojos. Aquellos ojos donde el joven encontraba tanta
experiencia y sabiduría, a la vez que una misteriosa ternura.
El pequeño, también acompañó a la policía
científica a la casa okupada para intentar asociar cualquier cosa a su propio
padre, pero resulto imposible. Aunque, en silencio, -allí, entre su
familia- se identificó personalmente con la leyenda de la pared, sin saber
siquiera si era cosa de su progenitor. Ésta rezaba: “Aunque camino por el valle
de las Sombras de la Muerte no tengo el menor miedo, porque mi sombra es la más
oscura del Valle”.
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