Imagen extraída de: @bilbaoactualidad.com
Era la primera vez que venía a la isla, contemplaba el
paisaje desde el asiento atrás del coche de un hombre y una mujer que la miraban
tiernamente, desde los asientos delanteros, y compartía con ellos de vez en vez una tierna sonrisa, entendía
un poco del idioma, pero las miradas de buena fe, hablan el lenguaje del mundo.
Sahara tenía ocho años, una mirada marrón y profunda como la
inmensidad del desierto, pasaría dos meses en Canarias, recibiría atención
médica, y una alimentación más rica, Sahara sonrió al contemplar su cuarto.Había tantas cosas en la mesa del comedor a la hora de la cena que no supo porque
decidirse.
Al caer la noche y los primeros bostezos, todos fueron a sus
cuartos a dormir, a la mañana siguiente la mujer canaria encendió las luces,
Sahara sonrió, con la sonrisa abierta propia del mundo, Sahara, la dulce niña
del desierto despertó en el suelo no acostumbrada a dormir en un lugar tan
blando. La mujer le sonrió y a la noche siguiente puso varias mantas en el
suelo, ambas se estaban conociendo, ambas se aprendían, ambas iban construyendo
mundo, después de los dos meses de verano, Sahara regresaría al Sahara y la
mujer con su pareja, la seguirían esperando al siguiente verano.
Adolfo Ibáñez-Batista
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