ESE BESO. RELATOS FRESCOS 4.

Imagen extraída de: lapatatadelamor.blogspot.com


La vio por primera vez paseando con una cámara de fotos Kodak, sacaba fotos a las flores, a la piscina, a los empleados del complejo de bungaló, parecía no tener que ver con nadie, más que en sacar fotografías. Los demás adolescentes de esa época de principios de los 90, iban descubriendo el mundo de otras formas, pero a ella le interesaba plasmar los instantes.

El la miraba en la piscina, cuando jugaba con el “grupo” que cada verano se juntaban en la zona sur de la isla, muchos de los chicos hablaban de la “nueva” como una chica extraña.

Una noche después de un día interminable de nuevas aventuras, risas y descubrimientos, vio a la joven fotógrafa cámara en mano, fotografiando algo desde su jardín por quince días, dirigía su cámara al punto más alto de una farola que alcanzaría cinco metros. Él joven se quedó mirando la escena a dos pasos de la chica, tenía el pelo rizado negro y unos ojos azules y profundos.

-Quédate quieto chico, la vas a espantar.
Acto seguido el chico miro al alto de una farola, donde reposaba una cotorra.
Disparo tres o cuatro veces, en cuclillas, el joven supuso para coger más ángulo se incorporó, se quitó una mata de pelo que tapaba su esfera azul izquierda, y corrió.
El joven la vio alejarse, y dijo al aire…
-¿Cómo te llamas?
Los días siguientes iba de un lado para otro del complejo con ganas de verla de nuevo.
Al segundo día, la contemplo sola en la avenida de la playa. Estaba sentada en un banco, comiendo un sándwich.
-¿Cómo te llamas?
Acertó a decir con cierto temblor en su voz.
-Me llamo Eire, chico.
-Yo me llamo Julián.
-Encantada.
-¿Me puedo sentar contigo?
-Claro, el banco es público.
Contesto la fotógrafa risueña.
El resto de los días del verano los paso con Eire, le enseño a contemplar las cosas de distintas formas, sacaron fotos a amaneceres, atardeceres y anocheceres, compartían risas con el grupo, y después se pegaban sus “escapadas”

El último día del verano Eire beso en los labios a Julián.
Julián se enamoró, Eire no volvió más.



Adolfo Ibáñez-Batista

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