Silencios (Sección: "Lluvia de piedras")




Los silencios pueden ser el peor castigo y el mejor premio. Pueden ser asimilados como el eje de un mundo interior más sano: o no.

Todo estaba lleno de carteles de «Silencio». Aquel era su reino y en ningún otro sitio se sentía tan cómoda; por eso alargaba el turno y se cruzaba largamente con su reemplazo. Le gustaba ver al emisor exagerar su expresión al hablar en voz baja.
Ya no tenía relevo. De hecho, nadie sabía que seguía acudiendo al trabajo y lo hacía con un justificante que ella misma redactó y selló. Pero se metía allí, a puerta cerrada, y disfrutaba de la soledad para perfeccionar el archivo y regocijarse la vista.
Seguro que fueron tantas horas en el trabajo las que la convirtieron en la mejor bibliotecaria. Allí se sentía igual o mejor que el resto, a pesar de ser sordomuda.
Esa noche, a la salida, vio dos jóvenes hablarse separados en la acera de enfrente. Uno de ellos, bajándose la braga del cuello, le decía al otro: «¡No soporto este silencio sepulcral!». Ella sonrió bajo su mascarilla y miró al frente, e ignoró toda esa fortuna que suele pasar tan desapercibida, para regresar a casa más tranquila que nunca.




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