DESDE MI ATALAYA

Según la RAE la definición de la palabra atalaya sería: lugar alto desde el que se divisa un gran espacio de tierra o mar. Esto, unido a otra definición, ya en desuso, que dice que atalaya es un hombre o mujer que atisba o procura inquirir y averiguar lo que sucede, es lo que me ayudó a elegir el nombre que voy a poner a mi nueva sección en Suburbalia: DESDE MI ATALAYA.

Ante todo quiero agradecer a la revista la invitación a compartir aquí mis artículos de opinión. Ojalá los mismos no los defrauden a ellos ni a sus lectores y, desde mi perspectiva, pueda ofrecer alguna forma de reflexión sobre el entorno que nos rodea. Para mí siempre es un placer hacer público todo aquello que escribo, con quien le pudiera interesar, y desde mi atalaya espero poder hacerlo.

El momento actual me obliga a iniciar estas colaboraciones hablando de esta pandemia que nos mantiene a todos enclaustrados entre cuatro paredes, más o menos grandes, mejor o peor decoradas, en soledad y silencio o con el bullicio de una familia que ya no sabe qué hacer para acortar las horas.

Seguro que a nadie se le habría pasado por la cabeza, hasta hace poco, la idea de que un día desearíamos ansiosamente volver a esas rutinas de obligaciones y trabajos de las que renegábamos a cada instante. Quizá ahora nos estemos dando cuenta de muchas cosas que dábamos por hechas o “normales” y en las que no reparábamos. Tal vez, de tanto buscar el sol desde nuestros balcones o ventanas, hayamos reparado en él y en lo mucho que necesitamos sus cálidas caricias en nuestra piel. Seguramente miramos al mar, en la lejanía, ansiando volver a sentir el abrazo del agua fría del Atlántico y el sabor del salitre en nuestros labios; deseando tendernos sobre el calor de la arena, sin prisa, degustando cada minuto de la energía vital de la tierra. Probablemente cada tarde, cuando salimos a aplaudir al exterior, en ese humilde homenaje que hacemos a aquellos, menos afortunados que nosotros, que deben seguir exponiéndose al virus, para que todos podamos seguir teniendo un mínimo de calidad de vida, hayamos descubierto el rostro de algún vecino que ni conocíamos y al que, ahora, saludamos con una sonrisa de ventana a ventana.

Debería desear, como todos, que esta situación pase pronto y vuelva la normalidad pero… soy rarita, y si esta situación contribuye a que las cabezas pensantes, de los que manejan la vida de todos, den un giro hacia un mundo mejor, a mi no me importa seguir en aislamiento el tiempo que sea necesario.

Ojalá algún día los que sobrevivan puedan decir que contribuyeron a cambiar el mundo con su sacrificio y su esfuerzo. Por mi parte no voy a dedicar ni un minuto más de mi tiempo en hacerle la ola al coronavirus y seguir dándole publicidad, de eso ya se encargan otros. Pero hoy era de obligado cumplimiento hablar de él desde mi atalaya. Vaya desde estas líneas mis condolencias para los que han perdido familiares en este desvarío sin sentido. Y un fuerte abrazo y mucho ánimo para los que lo estén sufriendo en primera persona. Yo, como debemos hacer todos, me quedaré en casa que es con lo único que puedo contribuir: responsabilidad y precaución.

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