La piel de cabra (Sección: "Lluvia de piedras")
La familia de cabreros vivía de un poco de
agricultura y mucha relación con el rebaño. Eran seres libres, ajenos a
pleitesías y escalafones sociales. Los animales vivían como si no tuvieran
dueño: los humanos eran sus compañeros.
Lo que en otros tiempos se interpretaría
como caos, en aquel momento eran simples centros de felicidad de seres que
convivían con el más puro sentimiento de respeto y sin ánimo de abusar de
ninguna especie de superioridad.
Todo iba bien hasta que algunos humanos se
empoderaron con malas formas. Lo justificaban con la lógica de necesitar «el orden que solo da establecer una jerarquía», y todo se llenó de crueles abusos y traiciones
que sustituyeron antiguos valores. De esa forma, se le asignaba a cada traidor
el tamaño de su nueva propiedad de acorde con su maldad, hasta el punto de
erigirse autoproclamados monarcas divinos. La locura llegó al punto de
pretender etiquetar a cada cabra y asignarle dueño a la mayor parte de la
humanidad.
Fue entonces cuando huyeron los mejores
animales, repudiando la sociedad que les quería poner collar. Fue, cuando hasta
los esclavos quisieron esclavizar a las guanilas por tener celos de su
libertad. Seguramente por eso vistieron pieles de cabra, para simbolizar
autosuficiencia y superioridad. Pero así se rompió definitivamente aquel lazo
natural y la humanidad perdió para siempre una importante porción de moral
original. Así empezaron los problemas de verdad.
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