LANCE TABÚ. LA CHICA DEL CAFÉ



Caminaba por la calle pensado en sus cosas y le llegó una bocanada de aire con olor a
café. Colmató totalmente sus pensamientos. Alma se dejó ir y buscó de donde venía ese
aroma. Paró ante la cristalera de una cafetería y pudo verla. Era una mujer corpulenta
vestida de uniforme. Su pelo era negro y ondulado. Decidió entrar. Se quedó de pié en
la barra observando como cargaba con una pala la tolva para obtener café recién molido.
Bajo el muro donde estaba la tolva había varios sacos de café de diferente procedencia.
Ensimismada en aquel olor, reparó en sus caderas. Pensó que la falda le quedaba muy
bien. Resaltaba su trasero, resaltaba su forma de guitarra. El momento se vio
interrumpido por el ruido del molinillo.
Mientras se molía el café, Sara se dio cuenta de su presencia. Preguntó que si deseaba
alguna cosa y fue la primera vez que Alma reparó en sus ojos. Se apagó el molinillo.
Sara se giró, se miraron frente a frente y se hizo el silencio. Aquella mirada las hizo
sonreír de manera automática. Se sintió una chispa, un flechazo, un algo. Se gustaron.
Alma pidió un café, pero que lo eligiera Sara. Quería que fuera negro con un halo
exótico y con dos de azúcar. Sara le trajo el café, le deseo que le gustara y fue a la caja a
cobrar a unos clientes. En la cafetería quedaron solo ella dos. Cuando Alma se terminó
el café permaneció en la mesa y buscó a Sara con la mirada. Sara vino a la mesa y le
dijo que si le había sabido bien. Alma le hizo señas para que se acercara como para
contarle un secreto y le dio un beso con legua sin miramiento, muy dulce, muy lento
con sabor a café. Sara se dejó hacer. Ambas soltaron un medio suspiro, medio quejido
de gusto al separarse. Sobre la marcha Sara fue al mostrador y en una hoja de papel
escribió “Vuelvo enseguida”. La pegó en el escaparate y cerró la puerta. Se dio la vuelta
y al pasar por la mesa de Alma le dijo que fuera con ella. Se miraron con complicidad y
entre risas llegaron a una habitación con gran cantidad de sacos de café. El olor era
embaucador. Sara sentó a Alma sobre un muro, le abrió las piernas y la embistió a la
misma vez que buscaba su boca. Subió su blusa y desabrochó el sujetador. Buscó sus
pezones y les pasó su lengua en círculo de manera lenta, sin pausa. Bajó algo su braga e
introdujo su mano. Durante un rato le procuró un masaje circular a mismo ritmo y
velocidad que lo hacía la lengua en sus pezones. Buscaron otra posición para procurarse
placer mutuo. El “vuelvo enseguida” de convirtió en un eterno momento con sabor a
café.

Celia Sánchez

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