LANCE TABÚ. ESCUCHADOR SEXUAL




Cada mañana a eso de las 10 de la mañana entraba en su oficina improvisada en un edificio
abandonado. En el edificio había unas oficinas que ya se usaban. Los cristales sucios
por el paso del tiempo hacían de aquel lugar algo tétrico. Entre tantos pasillos, puertas,
sillas y mesas, la puerta de su despacho. Aquel habitáculo de olor agradable a
ambientador floral, era una isla entre tanto caos. Su estantería colocada por orden
alfabético, sus ficheros por colores, su mesa decorada de manera minimalista, su teclado
ergonómico y su pantalla con filtro. Se había establecido un horario flexible y cómodo.
Nadie le seguía el paso, pero siempre cumplía en sus entregas.
Una tarde verdaderamente calurosa encendió un ventilador al que había amarrado
pequeños hilos de color amarillo que serpenteaban. Ya se había quitado la corbata y la
camisa. Reclinó su sillón y se dedicó a dar lectura a varios documentos. Sumido en
asuntos de finanzas los pudo oír. El polvo más corto y desgarrador del que había sido
participe de manera involuntaria. Los gritos de ambos actores se podían oír por el patio
de luces. Se quedó sorprendido porque en aquel edificio no solía entrar nadie. Miró por
la ventana al patio de luces y pudo oír murmullos, pero no sabía de donde podían venir.
El tiempo se refrescó pero como quien espera una buena nueva, la ventana permanecía
abierta y la radio apagada. A veces surgía el milagro. Decibelios de placer martilleaban
su imaginación y quedaba inmerso en aquella nebulosa de deseos e imágenes de alguna
mujer con la que había intimidado. Luego se oían puertas y el montacargas.
Aquel día oyó unos tacones y corrió por el pasillo hasta un ventanuco que daba a la
calle y pudo deducir que aquél abrigo morado que se iba difuminando en la distancia,
era de ella. No la conocía de nada pero su tono sexual lo ponía en sintonía. Quiso
conocerla. Cogió las llaves y el abrigo y salió a toda carrera escaleras abajo. Ya en la
calle miró cristaleras y escaparates y la localizó comprando una baguette de semillas.
Esperó a que saliera y la abordó en la calle. Nada salió como quería. La asustó tanto que
casi corría en busca de un taxi que la alejara de aquel maniaco y con pensamiento de
llamar a la policía. La agarró por el brazo y le pidió por favor que lo escuchara.
Quedaron hablando. Le explicó que no quería absolutamente nada con ella pero que la
había oído tenido sexo y que sus gritos le inyectaban vida. Simplemente quería seguir
siendo su escuchador sexual. Le dio su teléfono auque no esperaba nada. Una tarde
llegó un wasap. Un emoticono de una ventana. Abrió la ventana y pudo escuchar la
algarabía. Desde entonces quedaron unidos de aquella manera extraña el escuchador y
la exhibicionista vocal. Sin preguntas. Simplemente porque si. Simplemente por placer.

Celia Sánchez

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