Amor eterno (Sección "Lluvia de piedras")
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Imagen tomada de Pixinio |
La soledad pesaba desmesuradamente. El
manto de estrellas no abrigaba y el silencio dio tiempo para pensar y
reconocer el ansia de compañía y cariño. Deseaba ser amada.
Necesitaba calor y, a pesar de sentir miedo a lo novedoso, asumió
que ya su pureza podía ser mancillada; pero con delicadeza,
complicidad y hasta empatía: no podía ser de otra manera.
Entonces, tras la larga espera, una luz de
esperanza nació más allá del horizonte. El negro se tintaba poco a
poco de azul y anunciaba su llegada. Ella, nerviosa, hacía temblar
las estrellas y veía como el Sol amenazaba cada vez más. Él se
imponía, mostrando el astro ardiente poco a poco y robando a la
Noche la oscuridad que fue predominante. Otro amanecer donde la Noche
y el Día se abrazaban.
La Noche desapareció para dar paso a una
mañana. La mañana, cada vez más afirmada, caminaba hacia el sólido
mediodía. El Día se sentía
taciturno, triste, avanzaba tan
lento... Quiso entrar en barrena y superar rápido la tarde para
alcanzar el crepúsculo; y en el atardecer, recitar la bienvenida a
su amada y volver a fundirse Día y Noche, Noche y Día. Para así,
al final, sucumbir otra vez ante ella disparando rayos de ocre
ardiente y grabarle con fuego el deseo del nuevo encuentro de la
mañana.
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